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Actualizado: 10 de junio de 2025
Dominado por tales pensamientos, subió la escalera estrecha y muy pina, de una casa de aspecto pobre y nada limpio, detúvose en un descansillo, tiró de un cordón mugriento y abriole Carolina; el prototipo de la corista que contratan las empresas, no por lo bonitas, sino por tener mucho repertorio y por no faltarles nunca quien pague con un ajuste el recuerdo de una conquista.
Respetaba a los curas, nunca les había faltado en tanto así; y de la familia no habría qué decir; todos los suyos habían ido al monte a defender al rey legítimo, porque así lo mandó el párroco del pueblo. Y para afirmar su cristianismo, sacaba de entre los guiñapos del pecho un mazo mugriento de escapularios y medallas.
Pusiéronle la mesa a la puerta de la venta, por el fresco, y trújole el huésped una porción del mal remojado y peor cocido bacallao, y un pan tan negro y mugriento como sus armas; pero era materia de grande risa verle comer, porque, como tenía puesta la celada y alzada la visera, no podía poner nada en la boca con sus manos si otro no se lo daba y ponía; y ansí, una de aquellas señoras servía deste menester.
Ya se detiene a echar un párrafo con aquel, de rostro estúpido, que lleva el pecho cargado de medallas, escapularios y amuletos; ya habla rápidamente con un viejecillo encanijado y risueño que, paseándose solo y tranquilo junto al muro, con un mugriento kempis en la mano, parece filósofo anacoreta o Diógenes del Cristianismo, por el abandono de su traje y la unción bondadosa de su fisonomía.
¡Carape! se decía mientras iba andando hacia la botica, con el sombrero en la mano porque abrumaba el calor , ¿no parece mentira que un hombre en la flor de la vida haya podido gastar, como yo, lo mejor de su tiempo libre en ese bochinche infame, dando trastazos a las bolas?... Una mesa o dos, de vez en cuando, vaya; pero todos los días dos o tres horas de faena en ese billar mugriento... ¡con ese olor!... ¡Carape, si es tonta la diversión, bien mirada!
Al volverme, mis ojos se fijaron en una puerta: era la puerta de una iglesia. Abiertas de par en par las hojas de madera chapeada, se veía el cancel de mugriento cuero, con dos puertecillas laterales. Una vieja, al salir, puso en movimiento las mohosas bisagras, y al ruido de la herrumbre, un sonido lastimero llegó a mis oídos, modulando aquella voz que a mí me había parecido mi nombre.
Varios jergones de hoja de maíz cubrían el tablado: cuatro mantas cosidas unas á otras formaban la cubierta común de los ocho, y junto á la pared yacían destripadas y mustias algunas almohadas de percal rameado, brillantes por el roce mugriento de las cabezas. Aresti pensó con tristeza en las noches transcurridas en aquel tugurio.
Con lo cual ganaba más aún, pues negociaba el género más barato y se ahorraba la comisión de los arrieros. Día y noche la taberna de Entralgo resonaba con cánticos desacordados, disputas y blasfemias y día y noche penetraba en el cajón del mugriento mostrador una cascada de monedas de cobre y plata. Con esto el buen humor proverbial del filósofo se había hecho más alegre si cabe.
Llevaba el más viejo una bufanda encarnada que le cubría la camisa, un sombrero calabrés algo mugriento y un arete de oro en la oreja izquierda; el más joven era bajo, rechoncho y sin pelo de barba en la rolliza cara. Quedóse atrás Sabadell, mirándoles muy espantado, como si quisiera reconocerles...
La sacaba con arte exquisito del seno de Doña Paca, o del bolso mugriento de Benina. Arramblaba por todo, fuera poco, fuera mucho. Las dos mujeres no sabían qué escondrijos inventar, ni en qué profundidades de la cocina o de la despensa esconder sus mezquinos tesoros.
Palabra del Dia
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