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Iba Rita a entornar la puerta, llena de pavor, cuando vió a los pies del lecho alzarse una figura delicada y gentil, que avanzaba hacia ella con los brazos abiertos, y a poco tuvo a Carmen acariciada sobre su corazón viejo y bondadoso. Salieron las dos por el corredor adelante, y la anciana iba preguntando, atónita: Pero, ¿qué tiene Julio?

Lo cual visto por los tres, salieron a ella, y el cura fue el primero que le dijo: -Deteneos, señora, quienquiera que seáis, que los que aquí veis sólo tienen intención de serviros. No hay para qué os pongáis en tan impertinente huida, porque ni vuestros pies lo podrán sufrir ni nosotros consentir. A todo esto, ella no respondía palabra, atónita y confusa.

Ya que he mentado la iglesia de la Magdalena, voy á señalar al extranjero el sitio desde el que puede experimentar una emocion de entusiasmo como la que yo sentí. Colocado el observador en el vestíbulo de la entrada principal de la iglesia, mirando á la calle Real, se desplega delante de su atónita vista un verdadero panorama.

Ella me contestó, atónita, riéndose: ¿No lo crees? ¿Cómo te lo haré creer?... Escucha: si no fuera verdad, ¿yo habría querido morir? me has encontrado con el arma en la mano; he escrito ya una carta de postrer adiós; iba a escribir mi testamento: después le habría escrito a él. ¿Crees que yo habría querido, habría podido dejarlo de esa manera?

De pronto, el capitán Evrard atraviesa por entre aquella multitud atónita ante su temeridad, arranca al general de las manos que se disputan el honor de darle el golpe de gracia, y vuelve a nuestras filas bajo una lluvia de balas que no le alcanzaron.

...Mientras la vista atónita vislumbra la luz de redención en la penumbra, e hijos del alma apréstanse a las lides; ¡, Madre! Y digan valles y colinas: ¡Gloria a la Madre España en Filipinas!... ¡Loor eterno a ! , no me olvides. Veterano poeta cuyo plectro ha golpeado la lira bajo las dos soberanías. Hacía versos a los catorce años.

Los reos debían colocarse en otro cadalso más angosto, pero de igual altura, que abarcaba el costado meridional. Conturbado hasta el fondo del alma por la solemne expectativa, el joven avilés pasaba sobre las cosas una mirada atónita y somera.

Arrugada la blanca enagua, se insubordinaba bajo el vestido de paño; un lazo de un zapato se había desatado, flotando y cubriendo el empeine del pie. Lucía miraba en derredor con ojos vagos e inciertos; estaba seria y atónita. ¡El billete, señora! ¡Su billete de usted! seguía gritándole el empleado, con no muy afable tono. El billete... repitió ella.

Doña Paula, ante aquella repentina aparición, se quedó un instante clavada al suelo, el rostro blanco y aterrado, la mirada atónita. Después cayó pesadamente al suelo, arrastrando en la caída a su nieta. El Duque se apresuró a levantarla. Luego, ante un gesto imperioso de Ventura, la dejó sobre el sofá y huyó. A las voces de la joven, acudieron los criados y luego Cecilia.

Y andamos, cruzamos un río, nos detenemos un momento en una estación, volvemos a ponernos en camino, atravesamos de nuevo el mismo río sobre otro puente. La francesita, atónita, se estrecha contra el marido, que a su vez tiene la fisonomía inquieta y preocupada.