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Por otra parte el hecho no me molesta lo más mínimo. Tragomer se detuvo en el segundo al oir en el piso de arriba violentos gritos. Oigo chillar, como dice la señora del perol; señal de que nos aproximamos. Subieron otro tramo empinado como una escala. ¡Uf! exclamó Marenval. Este es un tercero que vale por dos. Déjeme usted tomar aliento, Tragomer; usted trepa como una ardilla...

Y, mientras me hacía estas reflexiones, sus miradas seguían mezclándose, olvidados ambos de todo lo que los rodeaba. Y, cuando entré, no bajaron siquiera los párpados, sino que los dos se volvieron hacia , sorprendidos y contrariados; parecían preguntarse: «¿Por qué nos perturba este viejo, este extrañoTuve ganas de ponerme a chillar como un animal cuando lo degüellan.

No sabemos... Es un expósito. ¡Mire usted, por Dios, qué hermoso, es Amalia! La señora le contempló un instante con marcada frialdad y dijo: Acaso alguna pobre lo habrá dejado para recogerlo enseguida. No, no; hemos registrado el portal. La calle está desierta... La criatura a todo esto empezaba a chillar, agitando con incierto movimiento sus puños crispados, que parecían dos botones de rosa.

Las ruedas y ejes de los millares de vagonetes, las piezas estropeadas del aparato de lavado, recibían allí compostura y eran construidos los picos, azadas y carretillas. En el fondo del taller las sierras hacían chillar la madera, y aquel mismo hierro, educado en el trabajo por el fuego, destrozaba las generosas fibras del árbol arrancado a la tierra.

Oíanse, a lo lejos, sonar de tambores, chillar de chicos, renegar de grandes, gritos, risotadas, y de rato en rato un estrépito infernal y belicoso movido por una docena de granujas que, a todo correr, subían y bajaban la calle Imperial, llevando cada uno a rastra una lata de petróleo: algunas veces se entraban por la calle de Botoneras, y cuando pasaban ante la puerta de la casa parecía que estallaba un trueno en la caja de la escalera.

Pero el sentimiento que verdaderamente la hacía chillar era como envidia de que fuese Nicolás y no pudiera ir ella. Por este motivo andaban tía y sobrino algo desavenidos. Corría Marzo, y el día de San José dijo Nicolás en la mesa: «Tía, ya hay fresa». Pero la indirecta no hizo efecto en la económica viuda. Volvió a la carga el clérigo en diferentes ocasiones: «¡Qué fresa más rica he visto hoy!

Al ver que los dos hombres parecían vacilar, añadió: No es posible engañarse... Cuando oigan ustedes chillar es que han llegado. Tragomer se echó á reir y dijo: Gracias, señora. No hay de qué. La buena mujer continuó frotando su cacharro y Tragomer oyó que gruñía: Más comienchos con mucho gabán de pieles y sin un céntimo en el bolsillo.

Luego sonó la campanilla y D. José fue a abrir. Fortunata creyó que era Encarnación que volvía de la plazuela; pero se equivocaba. No tardó en oír cuchicheos en la puerta. ¿Quién sería? Después sintió pasos y un chillar de botas que la hicieron estremecer, y se quedó muda de terror al ver en la puerta a Maximiliano. Era él; así lo afirmó después de dudarlo un momento.

Es horrible la poesía de estos tiempos, porque los cisnes callan, entristecidos por el luto de la patria, y de su silencio se aprovechan los grajos para chillar. ¿Y dónde me deja usted aquello de Resuene el tambor; veloces marchemos...? Arriaza indicó Quintana ha hecho últimamente una sátira preciosa. Esta noche la leerá aquí.

Rosa se burlaba de este aumento: cada cual tenía las fuerzas que Dios le había dado: no quería creer en la eficacia de la gimnasia, que el joven trataba de explicarle con calor. Quiso que ella le apretase la mano, a ver quién resistía más. El orgullo le impidió chillar, aunque buenas ganas se le pasaron de hacerlo.