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Ya la casa estaba lista: barrido el corredor, arreglada la salita, dispuesta la mesa. La doncella solía sentarse a mi lado. Me atendía y me servía como una hermana cariñosa al chicuelo preferido, dispuesta a satisfacer todos mis deseos y caprichos, adivinándome el pensamiento. Mi tía parecía complacerse en aquella dulce y sencilla fraternidad.

Y riendo como un chicuelo travieso, le arrojaba a la cara los ramilletes. Pero ¡Isidro, hijo mío protestó Feli , que vas a despertar al señor Vicente!... Que se fastidie ese sacristán; que reviente el rapavelas. ¡Abajo el obscurantismo! ¡Viva el arte y la juventud!

¡Lástima que no haya llegado el estudiante para solemnizar debidamente toda la Noche-Buena! Porque ésta tiene en la aldea varias peripecias. Después del placer de preparar la cena y del de tragarla, falta el de la llegada de los marzantes, por los cuales ha preguntado ya muchas veces el vapuleado chicuelo, á quien, la verdad sea dicha, preocupan todavía más que la tardanza de su hermano.

Además, Gallardo, con su malicia de antiguo chicuelo de la calle, sabía hacerse querer de esta juventud brillante, en la que encontraba los parientes a docenas. Jugaba mucho. Era el medio mejor para estar en contacto con su nueva familia, estrechando las relaciones. Jugaba y perdía, con la mala suerte de un hombre afortunado en otras empresas.

Siempre te he querido y admiro tu talento, pero a ti hay que tratarte como a un chicuelo... ¡Vaya, Gabriel, a callar y síguenos! ¡Te llevamos a la felicidad! ¡Adelante, compañeros! El Tato y el zapatero se pusieron de pie, marchando hacia la verja del altar mayor. El perrero empujó una de sus hojas, entreabriéndola. ¡No! gritó Gabriel con energía . ¡Deteneos...! Mariano, no sabes lo que haces.

Las trompetas del regimiento sonaban mientras atravesaban la aldea... y todas las miradas buscaban a Juan, al pequeño Juan; pues para los viejos de Longueval siempre era el pequeño Juan. Cierto paisano todo arrugado y agobiado, no pudo nunca quitarse la costumbre de decirle al pasar: «¡Eh! buen día, chicuelo, ¿cómo te va?» Y tenía seis pies de altura el tal chicuelo.

Retírese ya, que hace mucho frío... y ruegue á Dios por En la calle del Carmen, en la de Preciados y Puerta del Sol, á todos los chiquillos que salían dió su perro por barba. «¡Eh! niño, ¿ pides ó que haces ahí, como un boboEsto se lo dijo á un chicuelo que estaba arrimado á la pared, con las manos á la espalda, descalzos los pies, el pescuezo envuelto en una bufanda.

Al chicuelo le sirven de abrigo, aprovechándose de la ola ya abierta. La forma del vaso, inherente á su género de vida, aprieta la cintura de la madre privándola de la admirable cintura de la mujer, ese milagro adorable de una vida sentada, fija y armónica, en que todo se vuelve ternura.

El oficio era duro a veces; pero al chicuelo no le pesaba, contento de hallarse al lado de los grandes hornos rojos que no se apagaban jamás, y que le habían causado gran estupor la primera vez que los vio.

Con el mismo éxito se libró de otro testigo importuno: un chicuelo obscuro de color, desnudo de piernas y con gran sombrero de paja, que al ver llegar la comitiva se apresuró a salir de un toldo de cañas, limpiando un vaso en un arroyo y ofreciéndolo después lleno de agua hasta los bordes. Era el espíritu guardador de la cascada.