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Y cuando metieron al niño Jesús sus padres en el Templo, para hacer por él conforme a la costumbre de la ley. 28 Entonces él le tomó en sus brazos, y bendijo a Dios, y dijo: 29 Ahora despides, Señor, a tu siervo, Conforme a tu palabra, en paz; 30 porque han visto mis ojos tu Salud, 31 la cual has aparejado en presencia de todos los pueblos;

Gemía oyendo a su hermano, como si cada una de sus palabras penetrase en su alma, crispándola con el dolor de las heridas desgarradas; pero no abría su boca: temía decir demasiado y únicamente lloraba, poblando de lamentos el silencio de la tarde. Habla gritaba imperiosamente Fermín. Di algo. quieres a Rafael; le quieres tal vez más que antes. ¿Por qué te separas de él? ¿Por qué le despides?

Si despides fuego... toma mi abanico y refréscate con él. Antes que yo lo tomara, la condesa me dio aire con su abanico precipitadamente. Sin ninguna gana me reía yo, y ella después de un rato de silencio, me habló así: Me falta decirte otra cosa que tal vez te disguste; pero es forzoso tener paciencia. Es que estoy contenta de que mi hija corresponda al amor del inglés.

La mueca que entonces hizo fue más expresiva, ejecutando visibles esfuerzos para enfadarse. ¡Vamos, D. Andrés, déjeme usted!... ¡déjeme usted! Y viendo que el joven se acercaba a cogerla: ¡Déjeme usted, caramba!... ¡Qué pesadez!... ¡No quiero bromas con usted! ¿Y por qué no quieres bromas conmigo, Rosa? repuso él, avanzando en actitud humilde. Porque no... Márchese usted. ¿Me despides? .

No te vayas, está quedo. De leña hay falta en la casa. Basta la que á mi me abrasa. Mi amo. No tengas miedo. Dexame, señora, ir, Que vendrá Izuf mi señor. Quien queda con tanto amor, Mal te dexará partir. No hay para que mas porfies: Señora, dexame ya. Aurelio, llegate acá. Mejor es que te desvies. Ansi, Aurelio, me despides? Antes te hago favor, Si con el compas de amor Lo compasas y lo mides.

¡Qué cosas dices, Magdalena! repuso Antonia en son de reprensión cariñosa. La verdad. Quien pronto podrá burlarse de en el salón y aniquilarme con sus sarcasmos y coqueterías no procede de un modo muy noble persiguiéndome hasta mi cuarto para entonar en mi presencia un canto anticipado de triunfo. ¡Cómo! ¿Me despides, Magdalena? preguntó Antonia, con los ojos preñados de lágrimas.

Mil pensamientos melancólicos se cernían sobre las cabezas de los tres, y aquella risueña habitación, esclarecida por la pura y brillante luz de la mañana, se poblaba a su despecho de silencio y tristeza. Cuando el señor de Elorza volvió a dirigir la palabra a Ricardo, se traslucía su emoción en la voz levemente ronca y temblorosa. ¿Y cómo has arreglado tu casa? ¿Despides a los criados?

Pues ¡mejor, hijo, mejor! ¡Yo quiero mucho a Linilla!... Gabriela será muy elegante, muy bonita, muy rica, ¡cuánto quieras! pero donde está Angelina.... Era preciso irse. Bien, tía... dije levantándome ya es hora, de montar a caballo.... ¿No te despides de tu madrina? , ¡cómo no! Nos dirigimos a la recámara. Tía Carmen estaba cerca de la cama, sentadita en su sillón.