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¡Ay don Ceferino, qué bien me está usted haciendo! exclamó, dándome un abrazo y rozando con su estupenda nariz mi oreja izquierda. Nada, váyase usted tranquilo. usted algunas vueltas por ahí, y luego, dentro de una media horita, cuando ya Fernanda se haya ido, entra usted en casa. Estoy seguro de que Matildita tiene para usted una buena noticia.

Algunas más atrevidas respondían con otra mueca de burla que alborotaba a los maleantes jóvenes y les hacía prorrumpir en sonoras carcajadas. Pasaban rozando los cristales. El relampagueo de sus miradas, cándidas y maliciosas a la vez, alegraba el corazón e inclinaba la mente a suaves y felices imaginaciones. No es fácil ser pesimista en Sevilla.

Rozando las del peñón y la del cerro hasta desaparecer hacia la izquierda por el boquete que quedaba entre el extremo inferior del cerro y la montaña, bajaba el río a escape, dando tumbos y haciendo cabriolas y bramando en su cauce angosto y profundo, cubierto de malezas y de misterios.

Halló a Úrsula sentada en las escaleras dormitando. Al sentir sus pasos se puso en pie vivamente. ¿Es V., señorito? Yo soy: ¿tienes ahí el bote? Lo tengo amarrado donde siempre para que no sospechen. Voy a buscarlo en seguida. La batelera bajó a la orilla y por ella se fue rozando el agua hasta desaparecer enteramente su silueta de la vista de nuestro joven.

El músico cumplía con su deber rozando las cuerdas parsimoniosamente, produciendo un sonido sordo y antipático. A D. Miguel le parecía aquello el colmo de la estupidez y la holgazanería. Venir de Lancia con un buen sueldo y el viaje gratis para hacer unas cuantas veces ron, ron con aquel trasto, era cosa verdaderamente irritante. La ola de la indignación fue subiendo en su pecho.

Ya era un gallardo bergantín, alzando sus dos palos y su cuadrado velamen; ya una graciosa goleta, con su cangreja desplegada, rozando las olas como una gaviota; ya un paquete, con sus alas de espuma en los talones y su corona de humo en la frente; ya un fino laúd; ya un elegante esquife; sin nombrar las lanchas pescadoras, los pesados lanchones, los galeones panzudos, los botes que volaban al golpe acompasado de los remos.... Si Chinto no fuese un animal, podría alegar en su abono que el Océano y el voltear de una rueda son imágenes apropiadas de lo infinito; pero Chinto no entendía de metafísicas.

Durante algunos instantes parece desaparecer con la corriente, pero un movimiento oblicuo del agua la rechaza y separa; entra nuevamente en el remolino y, flotando, rozando la base del promontorio, vuelve poco á poco hacia la cascada.

Mas de repente sintieron un rumor que no provenía de ellos. Todos miraron al techo, y como no veían nada, se contemplaban los unos á los otros, riendo. Oíase gran murmullo de alas rozando contra la pared y chocando en el techo. Si estuvieran ciegos, habrían creído que todas las palomas de todos los palomares del universo se habían metido en la sala. Pero no veían nada, absolutamente nada.

De la parte trasera del carro surgió, como un monigote del fondo de una caja, una cabeza de viejo, con el cuello del chaquetón rozando las orejas y un gorro de pelo encasquetado hasta los hombros. Era una cara mofletuda y roja, con una vaguedad en los ojos rayana en la estupidez.

Todo marcha aquí al vapor desde que ella tiene la dirección de la casa... Es viva como una ardilla, y está en pie desde el alba; y siempre contenta... siempre entonando canciones y soltando gritos de alegría. Al dirigirse al molino, los dos hermanos ven pasar por arriba de ellos, rozando sus cabezas, un tronco de zanahoria. Martín se vuelve riendo, y hace con el dedo un ademán de amenaza.