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Habíaseles traslucido algo de la comision de Babuco, y uno de ellos en voz baxa le suplicó que exterminase á un autor que no le habia dado suficientes elogios; otro lo pidió la pérdida de un ciudadano que en sus comedias nunca se reía; y otro la extincion de la academia, porque jamas habia podido conseguir ser su individuo.

Y tiene usted que ayudarme, porque yo no me caso con un tilingo, por mucha plata que tenga y por muy conocido que sea. ¡Eso no, eso no!... Vinieron a buscarla y se fué. Pero quedamos en que vendrá a verme uno de estos días y me expondrá su problema. Me ha dejado llena de curiosidad y un poco intranquila. Una tarde clarísima, luminosa, radiante; el cielo azul, altísimo, límpido, traslúcido.

Algo había traslucido de la mala situación económica en que Moreno se hallaba; pero viéndole tomar café muy sosegadamente todas las noches y vestir con relativa elegancia, aunque siempre sucio y desaliñado, no podía sospechar que su estado llegase a tal extremo de necesidad. En la tertulia del Siglo muy poco o nada se sabía de sus medios de vivir.

El anciano Hales vive siempre en las Encrucijadas de Owston, y hace poco que vino a Londres, acompañado de su esposa, a hacernos una larga visita. En cuanto al secreto del cardenal, hasta hoy no se ha traslucido nada, el público no lo conoce, pues está demasiado bien guardado por nosotros.

-No más, no más, señor don Quijote -replicó la duquesa-. Por digo que daré orden que ni aun una mosca entre en su estancia, no que una doncella; no soy yo persona, que por se ha de descabalar la decencia del señor don Quijote; que, según se me ha traslucido, la que más campea entre sus muchas virtudes es la de la honestidad.

Unos decían que se hallaba en segundo grado de tisis, otros que en tercero, y había también quien sostenía que sólo se hallaba en primero. De todos modos, nadie dejaba de asignarle alguno de estos grados confortables. Era un ser apacible y transparente o por lo menos traslúcido, como si estuviera fabricado de porcelana de Sevres, que vivía, sonreía y tosía.

La innata debilidad de su carácter le obligaba a callar una noticia que muy pronto había de difundirse. Tenía miedo a la curiosidad pública, a las preguntas, a que en el rostro le adivinasen las causas de tal resolución. Y temblaba y se entristecía profundamente cada vez que, como ahora, le tocaban este punto. Hasta entonces no se había traslucido nada.

No fue, sin embargo, hasta después del admirable cuadro que en el salón de 1875 expuso Jacques Fabrice, que su reputación quedó sentada cual hecho indiscutible; hasta entonces la fama de su competencia no había traslucido fuera de un limitado círculo de amigos y de admiradores, porque su trabajo, lento y concienzudo hasta la nimiedad, su gusto difícil, su horror a lo vulgar, en una palabra, su probidad artística, fueron causas que retardaron esa revelación brillante de su luminoso talento.