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Baxó una mañana á la mansion del Escita Babuco, á orillas del Oxô, y le dixo así: Babuco, los Persas han incurrido en nuestro enojo por sus excesos y sus desvaríos, y ayer se celebró una junta de genios de la alta Asia para decidir si habian de castigar ó destruir á Persepolis.

No, dixo el oficial: solamente nuestros principales sátrapas son los que á punto fixo saben porque nos degollamos. Atónito Babuco se introduxo con los generales, y se insinuó en su familiaridad.

Del cielo recibiste sagacidad, y yo añado el don de inspirar confianza: ve, mira, escucha, observa, y nada temas, que en todas partes serás bien visto. Montó pues Babuco en su camello, y se marchó con sus sirvientes.

No faltó Babuco á la cita, y vió una casa que era el emporio de los placeres. En ellos reynaba Teone; con cada uno hablaba el idioma que entendia: su natural entendimiento dexaba explayarse el de los demas; agradaba casi sin querer; tan amable era como benéfica; y para dar mas lustre á todas sus dotes, era muy hermosa.

Vió Babuco todos los yerros y todas las abominaciones que se cometiéron, y fué testigo de las maquinaciones de los principales sátrapas, que hiciéron quanto estuvo en su mano para que la perdiera su general: vió oficiales muertos por su propia tropa; vió soldados que acababan de matar á sus moribundos camaradas, por quitarles algunos andrajos ensangrentados, rotos y cubiertos de inmundicia; entró en los hospitales adonde llevaban á los heridos, que perecían casi todos por la inhumana negligencia de los mismos que pagaba á peso de oro el rey de Persia para que los socorriesen. ¿Son hombres estos, exclamaba Babuco, ó son fieras?

Metióse Babuco entre una muchedumbre de gentío compuesto de quanto mas puerco y mas feo en ámbos sexôs pueda hallarse, la qual entraba á toda priesa en un obscuro y tenebroso recinto.

Conoció Babuco, puesto que era Escita y enviado por un genio, que si se detenia mas tiempo en Persepolis, le haria Teone olvidarse de Ituriel. Cogia cariño á la ciudad cuyos vecinos eran afables, corteses y benéficos, aunque murmuradores, insustanciales y vanidosos. Temia ya que fuese condenada Persepolis, y hasta temia la cuenta que á dar iba.

Presentósele entónces un hombrecillo que era semi-mago, el qual le dixo: La grande obra se va á cumplir, y Zerdust ha vuelto á la tierra; por tanto os rogamos que nos ampareis contra el Gran Lama. ¿Con que contra el pontífice monarca, respondió Babuco, que reside en el Tibet? Contra ese mismo. ¿Pues qué? le hacéis guerra, y alistais contra él un exército?

Babuco dixo: Este buen hombre ha hecho quanto ha podido por fastidiar á doscientos ó trescientos conciudadanos suyos; pero su intencion era buena, y esto no es motivo para destruir á Persepolis. Lleváronle, al salir de esta asamblea, á que viera una fiesta pública que se celebraba todos los dias del año en una especie de basílica, en cuya parte interior se vía un palacio.

No se dormia nadie, que todos en alto silencio escuchaban, y si le interrumpian, era para dar pruebas de admiracion y ternura general; y con tan vivos y bien sentidos términos se hablaba de las obligaciones de los reyes, del amor de la virtud, y de los riesgos de las pasiones, que arrancáron lágrimas á Babuco: el qual no dudó que fuesen los predicadores del imperio aquellos héroes y heroinas y aquellos reyes y reynas que acababa de oir, y hasta hizo propósito de persuadir á Ituriel que los viniese á escuchar, cierto de que semejante espectáculo le reconciliaria con Persepolis para siempre.