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Apelé entonces al confesor de mi hija, le puse en el secreto de todo y le di la comisión de ir a Inglaterra, de buscar a Juan Maury, de hablar con él, de reiterarle mi pretensión y de exponerle mis planes. Mi hija era suya, y yo lo juraba por lo más sagrado. No necesitaba de la hacienda de él.

En un grupo donde estaban muchos empleados, algunas señoras y D. Custodio se hablaba de una comision enviada á la India para hacer ciertos estudios sobre los calzados de los soldados. ¿Y quiénes la forman? preguntaba una señora mayor. Un coronel, dos oficiales y el sobrino de S. E. ¿Cuatro? preguntó un empleado: ¡vaya una comision! ¿y si se dividen las opiniones? ¿Son competentes al menos?

Nombraron una comisión de veinte hombres para que fuesen en voz de todos, á ver al Asistente, y otra para que se avistase con un caballero Per-Afán, que se ofreció á conferenciar con la autoridad á fin de hallar medio de atender á la necesidad de aquellos vecinos.

Recayó, pues, la comisión en Perico Gonzalvo, que, cargando con su hermana, hubo de llevársela al Sardinero, contando con que no faltarían amigas que allí le relevasen en su oficio de rodrigón. Así fue: sobraban en la playa familias conocidas que se encargaron de zarandear a Pilar, y de llevarla de zeca en meca.

Le nombraron de la Comisión de presupuestos y tomó sobre la obligación de contestar a varias enmiendas presentadas por las oposiciones al presupuesto de Gracia y Justicia. El ministro era amigo suyo: un marqués respetable y solemne que había sido absolutista y cansado de platonismos, como él decía, acabó por reconocer el régimen liberal aunque conservando sus antiguas ideas.

El almirante cambiando repentinamente el curso de la conversación, me preguntó: ¿porqué no se alzan los vecinos de Manila, como lo han hecho ya los de provincias? ¿Será verdad que aceptan la autonomía ofrecida por el General Augustín con Asamblea de Representantes? ¿Será cierto el aviso que he recibido, que ha salido de Manila una Comisión de filipinos para proponerles la aceptación de dicha autonomía, y reconocer á V. el empleo de General, así como á sus compañeros, el que disfrutan?

Era en sus movimientos pronto y escurridizo cual las anguilas, y habiendo estado en el Brasil con una comisión científica, chapurreaba un poco el portugués brasileño, empeñándose en hacerlo pasar por español.

Un día, por hallarse Gonzalo en Lancia con una comisión de su suegro, salió el Duque a matar liebres acompañado solamente de don Feliciano y de Sanjurjo, el notario. Los perros que llevaban eran los de casa. Pues sucedió que el que más estimaba Gonzalo se portó inicuamente en la caza, tal vez por no asistir a ella su amo.

Ronzal, de la comisión que recibía a las señoras, se apresuró, en cuanto asomaron los de Quintanar en el vestíbulo, a ofrecer a la Regenta su brazo. ¿Cuál? «el derecho, sin duda el derecho pensó». Grande fue su pena al notar que Paco Vegallana ofrecía a Olvido Páez que entraba al mismo tiempo, no el brazo derecho, sino el izquierdo.

El conde no se hubiera atrevido jamás a dar un millón a un gentilhombre. El señor Le Bris, que conocía al duque, cumplió su comisión fácilmente. Le llevó una inscripción de cincuenta mil francos de renta y le dijo: Señor duque, he aquí la salvación de la señora duquesa. ¡Y la mía! añadió el viejo . Usted nos ha prestado un gran servicio, doctor, y desde este momento queda al servicio de mi casa.