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En algunas oficinas, en vez de pasar el tiempo leyendo periódicos y charlando, se devoraba el argumento, se leían novelitas francesas y muchos se iban al escusado y fingían una disentería para consultar á ocultis el diccionario de bolsillo.

Le he contado sus aventuras. ¿Quiere usted venir a saludarle? Tengo ahí un caballo de mi asistente. ¿Dónde está el general? En Elizondo. ¿Viene usted? Vamos. Advirtió Martín a su mujer que se marchaba a Elizondo; montaron Briones y Zalacaín a caballo y charlando de muchas cosas llegaron a esta villa, centro del valle del Baztán.

Me detuve en Madrid quince días, y aunque no me apartaba casi nunca de mi esposa, como era natural, tuve ocasión para dejarla en la fonda una noche charlando con otra huéspeda y me fui a saludar a mis amigos, los poetas dramáticos del Oriental. Recibiéronme con una indiferencia que me heló el corazón.

Como si la maternidad aguzase su razón, la muchacha preguntábase si Isidro era tan grande como ella le había creído, si no faltaba algo esencial en aquel hombre sin voluntad para el trabajo, indeciso e inquieto, que en plena amenaza de miseria pasaba gran parte del día olvidado de su situación, charlando en el Ateneo y en los cafés del porvenir de la juventud, de la decadencia de «los viejos», de lo que debía ser el arte, anunciando a voces que pensaba escribir grandes cosas, pero sin fuerzas para coger la pluma, sin constancia para la labor.

Nuestro héroe, en efecto, había tenido el más cruel desengaño al ver primero a Juanita, acompañada por don Andrés, atravesar a oscuras las calles, charlando y riendo, y después al presenciar la última parte del coloquio de la antesala y el animadísimo fin que tuvo en los abrazos y en los besos.

Mientras subían el telón seguimos charlando, aunque muy bajito: se había establecido entre nosotros una gran intimidad, y me abandonó una de sus manos que yo acariciaba embelesado. Sabía música, pero había ido al teatro pocas veces; así que las melodías inspiradas de la ópera de Bellini le causaban profunda impresión, que se traducía por un leve temblor de las pupilas y los labios.

Las tardes lluviosas las pasaba sentado en el escaño de la cocina charlando con la familia, interesándose por las intrigas de la aldea, tan complicadas o más que las de la corte, y dando su parecer acerca de ellas con toda seriedad. D. Félix había prestado 14.000 reales a Juan el tabernero.

Al contrario, con cierta complacencia feroz decía entre dientes: «Ya sabes adonde voy. ¡Rabia, antipático; rabiaAlguna vez, cuando estaba charlando con Joaquinita en un rincón, sentía posarse sobre sus ojos pequeñuelos y malignos. Mas al levantar la cabeza hacia él los separaba inmediatamente. En estos días, la segundogénita de Anguita me dio una noticia que no dejó de causarme pena.

Lo peor era que la displicente señora echaba a Pez la culpa de la irreligiosidad de la prole. , él era un ateo enmascarado, un herejote, un racionalista, pues se contentaba con oír misa sólo los domingos, casi desde la puerta, charlando de política con D. Francisco Cucúrbitas.

Llamo a un jardinero, le encargo un ramillete, y... ¡listo! De noche me quedaba en casa, conversando con la enferma o charlando con Angelina. Ella y tía Pepa hacían sus flores, y yo hojeaba un libro o leía para . ¡Lea usted en voz alta! solía decirme la doncella. Lea usted algo bonito.... ¿La vida del santo del día? ¡No! contestaba en tonillo suplicatorio, haciéndome un mohín de niña mimada.