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¡Alabado sea el Santísimo!... dijo Feijoo con socarronería . En eso que son contrarios nuestros gustos, porque yo, en cuanto veo que los actores pegan gritos y las actrices principian a hacerme pucheritos, ya estoy bufando en mi butaca y mirando para la puerta... Nada de lágrimas. Lo que le conviene a usted ahora es reírse con las piececitas de Lara y Variedades.

Mas a poco de esto, hacía veinticinco años a la fecha de nuestra historia tales cosas iba viendo nuestro señor don Manuel que volvió a tomar la capa, que por inútil había colgado en el rincón más hondo del armario, y cada día se fue callando más, y escribiendo menos, y arrebujándose mejor en ella, hasta que guardó las plumas, y muy apegado ya a la clemente temperatura del país y al dulce trato de sus hijos para pensar en abandonarlo, determinó abrir escuela; si bien no introdujo en el arte de enseñar, por no ser aun este muy sabido tampoco en España, novedad alguna que acomodase mejor a la educación de los hispanoamericanos fáciles y ardientes, que los torpes métodos en uso, ello es que con su Iturzaeta y su Aritmética de Krüger y su Dibujo Lineal, y unas encendidas lecciones de Historia, de que salía bufando y escapando Felipe Segundo como comido de llamas, el señor Valle sacó una generación de discípulos, un tanto románticos y dados a lo maravilloso, pero que fueron a su tiempo mancebos de honor y enemigos tenaces de los gobiernos tiránicos.

Pues aunque Clementina desee mi muerte, yo la quiero lo mismo, con todo mi corazón. Para ella será cuanto tengo. El duque salió de la estancia furioso, bufando como un toro con banderillas de fuego, o como un actor a quien acaban de propinar una silba. D.ª Carmen permaneció inmóvil largo rato, en la misma postura que la había dejado, con los ojos clavados en el vacío.

Aquel día fue menos puntual que de costumbre, y mientras almorzaba, todo aquel regocijo con que despertara se desvaneció, porque Paquito le leyó unos papeles clandestinos que corrían por Madrid, amenazando a la Reina y asegurando la proximidad de su caída. «Si me vuelves a traer aquí esas asquerosidades dijo Thiers bufando de ira , te quito de la Universidad y te pongo de hortera en una tienda de la calle de Toledo».

Un maestro había perdido unos anteojos que se habían encontrado en su faltriquera: el rapé de otro había pasado al chocolate de sus compañeros, o a las narices de los gatos, que recorrían bufando los corredores con gran risa de los más juiciosos; la peluca del maestro de matemáticas había quedado un día enganchada en un sillón, al levantarse el pobre Euclides, con notable perturbación de un problema que estaba por resolver.

Los mozos, sudando, hipando, echando ternos y cuaternos, avanzaban, encorvados, y el mueble, negro y lustroso, parecía un animal extraño, de muchas patas; misia Casilda se apartó, y cuando la procesión hubo pasado y el piano, dando encontrones, bajaba bufando la escalera, vió delante de a una niña de trenzas rubias, que la miraba, pasmada de sorpresa.

Y al aparecer el marqués en un balcón, rodeado de sus amigotes, abríase la puerta de la cuadra y salía bufando con espumarajos de rabia un novillo, al que habían aguijoneado previamente los criados. Los que realmente eran cojos, corrían hacia los rincones, amontonándose, manoteando con la locura del miedo; y los fingidos soltaban las muletas, y con cómica agilidad se encaramaban por las rejas.