United States or Botswana ? Vote for the TOP Country of the Week !


Venían de lejanas dehesas, y al llegar al Empalme, sus conductores les hacían emprender una carrera desaforada, para engañarlos mejor en el ímpetu de la velocidad. Delante marchaban a todo galope de sus caballos los mayorales y pastores con la pica al hombro, y tras ellos corrían los prudentes cabestros, cubriendo a los conductores con sus astas enormes de reses viejas.

Sonaron gritos y cencerros a espaldas de Gallardo, y aparecieron en torno de la bestia vaqueros y cabestros, que acabaron por envolverla, llevándosela lentamente hacia el grueso del ganado. Gallardo fue en busca de su jaca, que no se había movido, habituada al contacto con los toros.

El conde echó pie a tierra y me invitó a hacer lo mismo. ¿Son todos toros? pregunté, afectando serenidad, al único criado que se había quedado conmigo. ¡Zeñorito! exclamó en el colmo de la sorpresa . ¿No ve su mersé los cabestros? ¡Ah, ! La verdad es que no distinguía unos de otros.

Pronunciábanse diversas opiniones: los unos querían que los cabestros entrasen en la plaza y se llevasen al formidable animal, tanto para evitar nuevas desgracias, como a fin de que sirviese para propagar su valiente casta. A veces se toma esta medida; pero lo común es que los toros indultados no sobrevivan a la inflamación de sangre que adquirieron en el combate.

Atravesaban el primer corral sin darse cuenta de su encierro, como si corriesen aún en campo libre. Los cabestros, aleccionados por la experiencia y obedientes a los pastores, quedábanse a un lado apenas atravesaban la puerta, dejando pasar tranquilamente el torbellino de toros que corría detrás bufando sobre su cuarto trasero.

Era a modo de un pequeño túnel, al extremo del cual se veía el espacio libre de otros corrales, con hierba en el suelo y cabestros que paseaban placenteramente: una ficción de la lejana dehesa, que atraía a la fiera. Avanzaba ésta lentamente por el callejón, como si husmease el peligro, temiendo poner sus pies en la suave rampa de madera que corregía la altura del encierro montado sobre ruedas.

Otros, más rebeldes, trotaban dirigiéndose hacia el río, y los toros venerables, los prudentes cabestros, iban a sus alcances, haciendo sonar el cencerro pendiente del cuello, mientras los vaqueros les ayudaban en esta recogida disparando con su honda piedras certeras que iban a dar en los cuernos de los fugitivos.

Al llegar cerca de la plaza echábanse a un lado los jinetes, dejando paso libre a las bestias, y éstas, con el impulso de su carrera y la rutina de seguir a los cabestros, metíanse en «la manga», callejón formado de empalizadas que las conducía a los corrales. Los garrochistas de afición felicitábanse por el buen éxito del encierro.

De pronto oyó mugidos, y al resplandor fugaz de los relámpagos creyó entrever un gran tinglado o cobertizo, debajo del cual se movían bultos mugidores, que eran sin duda toros bravos, cabestros, becerros y vacas. Hombre del demonio dijo una bronca voz , ¿qué viene usted a hacer por aquí a estas horas y con esta tormenta tan fuerte?

No tuvo lugar de responder el vaquero, ni don Quijote le tuvo de desviarse, aunque quisiera; y así, el tropel de los toros bravos y el de los mansos cabestros, con la multitud de los vaqueros y otras gentes que a encerrar los llevaban a un lugar donde otro día habían de correrse, pasaron sobre don Quijote, y sobre Sancho, Rocinante y el rucio, dando con todos ellos en tierra, echándole a rodar por el suelo.