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Las plantas salvajes crecían entre los peñascos coronados de flores; los árboles tenían los troncos vestidos de serpenteante verdura; las pobres casas de los payeses ocultaban su miseria ruinosa bajo sábanas de rosales trepadores.

Y Andresito, con la imaginación perturbada, iba siguiendo el curso de la sinfonía extraña que sólo sonaba para sus ojos. Los caminos, con su serpenteante blancura, eran los intervalos del silencio.

En la puerta del Mercado vendíanse narices de cartón, bigotes de crin, ligas multicolores con sonoros cascabeles, y caretas pintadas, capaces de oscurecer la imaginación de los escultores de la Edad Media, unas con los músculos contraídos por el dolor, un ojo saltado y arroyos de bermellón cayendo por la mejilla; otras con una frente inmensa, espantosa; caras de esqueletos con las fosas nasales hundidas y repugnantes; narices que son higos aplastados, o que se prolongan como serpenteante trompa con un cascabel en la punta; sonrisas contagiosas que provocan la carcajada y carrillos rubicundos a los que se agarra un repugnante lagarto verde.

Los cojos saltaban, los ciegos creían ver, los mancos se agarraban con sus muñones á la fila serpenteante. La Marsellesa parecía un himno milagroso, comunicando á todos una nueva fuerza. ¡La paz!... ¡la paz!

Y la misma mano verde que pone florecillas y mariposas sobre la tumba anónima cuelga olorosas guirnaldas de los muros ennegrecidos por el incendio, tapiza con terciopelo vegetal las pendientes abiertas por las explosiones, hace gorjear los pájaros y rebullir los insectos sobre las sepulturas, guía la serpenteante enredadera por el leño negro de las cruces, como si quisiera convertirlas en tirsos...

Aunque no era posible distinguirle todavía al través de la densa niebla, se adivinaba que iba acercándose rápidamente, por las sordas trepidaciones que conmovían el suelo... El temblor asustadizo de las hojas y de las ramas que el tren movía a su paso, llenaba el bosque de un misterioso murmullo.. Pronto apareció la poderosa máquina como surgiendo súbitamente de la niebla, la fila serpenteante de los vagones se dibujó en negro sobre los húmedos verdores y, con gemidos casi humanos, se detuvo el tren en seco ante la humildísima estación.

Muy bonitas las canciones, aunque ellos no habían entendido gran cosa... ¡pero el baile! ¡aquella danza serpenteante, con unos brazos que parecían hablar!... Doña Zobeida sonreía, contenta del triunfo de «esta buena señorita», haciendo confidente de sus entusiasmos a don José el clérigo, que la escoltaba igualmente con toda la autoridad de su sotana.