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Aquellos niños cojos y mancos, en cuyos grandes ojos negros parece centellear el genio del gran pueblo que guerreó durante siete siglos con los moros y descubrió, conquistó y dominó regiones y continentes hasta que ya no había más mundo para saciar su ambición, aquellos niños, digo, son la más graciosa pareja de pilletes que he visto en mi vida, y cuanta sal, ingenio y travesura ha derramado la Naturaleza en granujas de Madrid, léperos de Méjico, lazzaronis de Nápoles, lipendes de Andalucía, pilluelos de París, <i>pic-pockets</i> de Londres, es nada en comparación de su gran ciencia.

Finalmente, se resolvió en que no se entrase por las dichas galeras, las cuales, demás que fueron las que trujeron el armada del turco, estaban de manera que los turcos dellas no se acordaban de otra cosa sino de salvar sus personas á nado, y hubo muchos que entregaron su dinero á los cristianos que estaban á la cadena, como se ha sabido de hartos que han escapado y rescatado después acá, de los cuales se tomaba lengua, y tomada sitiábamos á Dragut en los Gelves y todas sus fuerzas, las cuales no podían salir en ninguna manera, ya que su persona saliera de noche en una barca, y se tomaban asimismo las dos galeras con más de 60 ó 70.000 escudos que tenía Dragut embarcados de la composición que había hecho en los Gelves aquellos días; y si quisiéramos saltar en tierra era de tener por muy cierta la victoria, por ser antes que nos faltase la mucha gente que se nos murió en el Seco del Palo, y porque la isla estaba mal con él, á lo menos la mitad della que se volviera en nuestro favor, y cuando quisiéramos pasar con aquella bonanza, que duró siete ú ocho días, le podíamos sitiar con tomalle la Cántara y las dos galeras y los más bajeles que hubiera por la costa alrededor de la isla, en un día, y dejar cuatro galeras de una parte y cuatro de otra, y irnos á Trípol y tomarlo sin muerte de un hombre, porque lo había dejado Dragut con solos 400 turcos poco más ó menos, viejos, cojos y mancos.

Hay, allá lejos, negras y feas, las hornallas donde echan el carbón para el vapor los hombres tiznados. Pero adonde todos van es al campo que tiene delante el palacio donde los soldados mancos y cojos cuidan la sepultura de piedra de Napoleón, rodeada de banderas rotas: ¡y en lo alto del palacio, la cúpula dorada! Todos van, a ver los pueblos extraños, a la Explanada de los Inválidos.

No ha sido Dios servido de depararme otra maleta con otros cien escudos, como la de marras, pero no te pena, Teresa mía, que en salvo está el que repica, y todo saldrá en la colada del gobierno; sino que me ha dado gran pena que me dicen que si una vez le pruebo, que me tengo de comer las manos tras él; y si así fuese, no me costaría muy barato, aunque los estropeados y mancos ya se tienen su calonjía en la limosna que piden; así que, por una vía o por otra, has de ser rica, de buena ventura.

Los cojos saltaban, los ciegos creían ver, los mancos se agarraban con sus muñones á la fila serpenteante. La Marsellesa parecía un himno milagroso, comunicando á todos una nueva fuerza. ¡La paz!... ¡la paz!

Usábalo en los juegos de argolla y bolos. Mas todo fue nada para ver entrar a don Cosme cercado de muchachos con lamparones, cáncer y lepra, heridos y mancos, el cual se había hecho ensalmador con unas santiguaduras y oraciones que había aprendido de una vieja.

12 Y dijo también al que le había convidado: Cuando hagas comida o cena, no llames a tus amigos, ni a tus hermanos, ni a tus parientes, ni a vecinos ricos; para que ellos te vuelvan a convidar, y te sea hecha compensación. 13 Mas cuando hagas banquete, llama a los pobres, los mancos, los cojos, los ciegos;

Y ella sonreía, hablaba con todos familiarmente, echaba mano a cada instante al bolso de piel de Rusia que colgaba de su diestra y, como una nube de moscas, agitábanse en torno de ella, tullidos, ciegos y mancos, avisados de la generosidad de aquella señora que daba la calderilla a puñados.

Desdobló, pues, el luengo papel, tosió limpiando el gaznate, se atusó los largos bigotes, y con voz cavernosa y retumbante dio principio a la lectura de una sarta de endecasílabos cojos, mancos y lisiados, tan rematadamente malos como obra que eran del mismo personaje que los leía.

Los mendigos abandonaron sus puestos corriendo hacia la Cortadura que se inundó de mancos, cojos y lisiados, ganosos de recoger abundante cosecha de limosnas entre la mucha gente, y enseñando sus llagas, no pedían en nombre de Dios y la caridad, sino de aquella otra deidad nueva y santa y sublime, diciendo: ¡Por las Cortes, por las Cortes!