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Le apenaba el entusiasmo de su ídolo por el sietemesino; pero la derrota de Grass le llenaba de regocijo. Y en la expansión de su alegría amarga no pudo menos de acercarse al grupo donde aquel despreciable personaje se empeñaba todavía en imponerse a la atención por medio de sus ridículos juegos de manos. No trascurrieron dos minutos sin que le dirigiese una pulla de mal gusto. Grass no hizo caso.

Si ellas asisten, las demás, las de reata, vendrán de fijo, malgré todos los jesuitas y padres descalzos del mundo. ¡Magnífico! ¡Magnífico! Pues nada, a trabajar, a trabajar. Cada cual ofreció traer a quien pudiera. Don Víctor, a quien otra pulla de Foja había picado mucho, no pudo menos de decir: Yo, señores... respondo de traer a mi mujer. Esa no baila pero hace bulto.

Los coros de ambos sexos, particularmente, estaban rematados; cada cual por su lado. En vano la intendenta ponía mala cara a las señoritas que la secundaban y les dirigía de vez en cuando alguna pulla amarga: en vano el tío Manolo, con más paciencia y amabilidad, hacía repetir infinitas veces los pasajes difíciles. Cuando la tertulia pareció mostrar interés fue al hablarse de los trajes.

la medían en pie la talla entera. Una de esas noches de luna iba Mariquita por el Puente lanzando una mirada a éste, esgrimiendo una sonrisa a aquél, endilgando una pulla al de más allá, cuando de improviso un hombre la tomó por la cintura, sacó una afilada navaja, y ¡zis! ¡zas!, en menos de un periquete le rebanó una trenza. Gritos y confusión.

Así se hará se apresuraron a decir, a una, marido y mujer. Prosiguió solo don Restituto : Es usted un pozo de ciencia y un santo varón. ¿Y le sigue armando caramillos la Juana a Belarmino? inquirió doña Basilisa. Ya no. La procesión andará por dentro; se repudrirá, dejará escapar una que otra pulla; pero, en general, se comprime.

Además Marcelina le había dirigido una pulla, y aunque había contestado con otra más sangrienta, que en esto nunca se había quedado atrás, tenía miedo a enfermar de ira.

Porque tampoco se lo ha propuesto contestó Ronzal. Don Álvaro observó que Quintanar se ponía colorado. Le había sabido mal la alusión de Foja. «, aludía a su mujer al hablar del Magistral; con él iba la pulla». Lo cierto es continuó el ex-alcalde que nos exponemos a un desaire, como dice muy bien el presidente.

Y eso del don Juan Tenorio vaya usted a decírselo a Mesía gritó Orgaz hijo desde la puerta, dispuesto a echar a correr si la pulla ponía fuera de al bárbaro de Pernueces. No hubo tal cosa. ¡Silencio! se atrevió a decir bajando la voz Joaquinito, sin dejar la puerta. ¿Cómo silencio? A nadie... ¡caballerito! Se oyó una carcajada sonora, retumbante, que heló la sangre del fogoso Ronzal.

Si esto fué una pulla, jamás se supo, pues don Simón, que era a quien más interesaba averiguarlo, ni lo intentó siquiera; y en cuanto a sus acompañantes, bien cenados, bien dormidos y bien almorzados en casa y a expensas del hidalgo, ¿qué diablo les importaba una frase más o menos, por intencionada que fuese?

Cuando quedaba sólo no buscaba al momento, como antes, una ocupación manual en que entretenerse. Quiso atribuir al calor esta singular postración que experimentaba, y cuando algún vecino después de sorprenderle con los brazos cruzados le dirigía alguna pulla, echaba pestes contra el verano, que le quitaba las ganas de emprender ningún trabajo. Y en realidad, no mentía.