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Y, sin embargo, don Restituto desmentía prácticamente la sentencia de la duquesa de Somavia, que todo rico es un ladrón. Don Restituto jamás había robado; o si había robado, robó sin enterarse, que para el caso es lo mismo.

Fuera ya de sus fincas y comprendiendo por el continente reflexivo del excusador de Peñascosa que su ánimo seguía embargado por pensamientos serios, D. Restituto quiso volver a la carga, aunque le pareciese sobradamente demostrado que todas las dudas de su compañero no eran más que bombas de jabón, las cuales deshace con un soplo cualquiera que haya saludado siquiera la Sagrada Teología.

D. Restituto comenzó a darles instrucciones, aprobó algunas cosas, reprobó otras, olvidándose por completo de su huésped. Uno de los operarios le participó que el molino había parado porque el hijo de Cosme había desviado el agua más arriba para secar el cauce del riachuelo y pescar las anguilas.

La hija, Angustias, ésa hace compañía frecuente a su padre, como ustedes habrán visto. Es decir.... Voy a revelarles un secreto: Belarmino no es padre legítimo de Angustias.... ¿Cómo? interrogaron a la par don Restituto y doña Basilisa, un poco escandalizados. Prosiguió solo don Restituto : ¿hija espúrea acaso? ¿De él o de ella? De manera que... ¿nos la han estado pegando? Calma, señores míos.

Así se hará se apresuraron a decir, a una, marido y mujer. Prosiguió solo don Restituto : Es usted un pozo de ciencia y un santo varón. ¿Y le sigue armando caramillos la Juana a Belarmino? inquirió doña Basilisa. Ya no. La procesión andará por dentro; se repudrirá, dejará escapar una que otra pulla; pero, en general, se comprime.

Simpliciter que Dios es por , es conocido... D. Restituto tenía una memoria felicísima. Al cabo de tantos años recordaba perfectamente su Dogmática, y la recitaba vertida al castellano con el mismo énfasis que si la hubiera inventado.

Tenían al animal extendido entre los dos, la mayor parte de él en carne viva ya. Volvió la cabeza D. Restituto al sentir pasos, y hallándose con su joven compañero, se puso en pie y vino hacia él con las manos ensangrentadas empuñando un enorme cuchillo. ¿Qué milagro es éste, amigo? ¡El futuro cura de Peñascosa se digna hacernos una visita!... Mira, no te doy la mano, porque ya ves cómo la tengo.

Por lo demás, D. Restituto llevaba tanta labranza y estaba tan interesado en ella, que no debía de tener mucho tiempo, ni humor tampoco, para profundizar en la Dogmática ni en la Patrología. Nuestro acongojado presbítero salió una tarde, después de comer, y encaminó sus pasos hacia la aldea donde moraba el teólogo. Le conocía bastante, pero no le trataba con intimidad.

Alegre, rozagante, como nuevo volvió de los baños de Termasaltas el señor Arcediano don Restituto Mourelo, dispuesto a emprender otra campaña, que esperaba fuese la última y decisiva, «contra el despotismo del simoníaco y lascivo y sórdido enemigo de la Iglesia que, apoderado del ánimo del señor Obispo, tenía sojuzgada a la diócesis». Con esta perífrasis aludía al señor Provisor el diplomático Glocester.

Si don Restituto pretendía títulos mundanos, no era por vanidad, sino por una especie de sentimiento de clase, por decoro, como si dijéramos, de aquella categoría de bienaventurados de platea y butaca a que él pertenecía, y por justificarse, en algún modo, con los de galería y cazuela.