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Actualizado: 11 de mayo de 2025


Como ya el sol declinaba, después de haberle enseñado un lagar, que acababa de construir para la sidra, D. Restituto llevó de nuevo a su penitente a casa y le convidó a chocolate. Pero el excusador no se sentía aún bien. Además tenía prisa. Rehusó todo convite y emprendió el camino de Peñascosa. El cura le acompañó un buen trecho.

Bien de salud, ¿verdad?... Por aquí tampoco hay novedad. D. Restituto trataba de , familiarmente, a todos los clérigos más jóvenes que él desde la primera entrevista. Cuando Gil le hubo explicado el motivo de su viaje, mostró cierta extrañeza, pero se apresuró a responderle: Bueno, bueno. Yo voy a concluir en seguida. Vete a casa, y espérame. Pero el joven manifestó deseos de ir a la iglesia.

Don Restituto y doña Basilisa, o la señora Emperatriz, como la llamaba el Padre Alesón, el políglota, eran lo que se dice dos almas de cántaro, incapaces de causar mal a nadie a sabiendas, ni tampoco de hacer bien a sabiendas, por eso, porque no sabían exactamente lo que era el mal ni el bien ajenos.

Y así vegetaba ahora, a la vera de doña Basilisa, siempre unidos, transmitiéndose templadas corrientes de mutuo afecto conyugal, pensando en salvar el alma, y no descuidando ayudar a salvar otras. Padre Alesón dijo don Restituto , ese Belarmino me trae... nos trae muy preocupados. ¿Verdad, Basilisa?

Glocester, o sea don Restituto Mourelo, canónigo raso a la sazón, decía con voz meliflua y misteriosa en la tertulia del marqués de Vegallana: Señores, esta es la virtud antigua; no esa falsa y gárrula filantropía moderna. Las señoritas de Ozores están llevando a cabo una obra de caridad que, si quisiéramos analizarla detenidamente, nos daría por resultado una larga serie de buenas acciones.

El agua había venido muy a tiempo, pero más que al agua se debía a la gran cantidad de abono que había echado. dirás: ¿dónde podrá hacer D. Restituto tanto estiércol para una tierra como ésta, de quince días de bueyes? Voy a explicártelo. Yo, aunque tengo nueve cabezas de ganado, no podría abonar ni la mitad de la tierra que llevo. ¡Aquí del intelectus!

Entonces se le ocurrió ir a ver a D. Restituto, párroco de una de las aldeas inmediatas a Peñascosa, hombre que pasaba entre sus compañeros por avisado, prudente y aficionado a los libros.

Hemos acordado que haga usted los zapatos para los Padres de la residencia: cinco padres y un lego. Don Restituto Neira, señor caritativo y dadivoso, y su santa esposa, doña Basilisa, los cuales, como usted no ignora, nos han cedido el último piso de su palacio para residencia, desean también que usted haga el calzado para la servidumbre.

Decíase que tenía una gran biblioteca y que en su juventud había hecho en Lancia ejercicios brillantísimos a una de las prebendas de la catedral, y que no se la dieron porque el obispo la tenía reservada para un sobrino. Don Restituto, herido por la injusticia se había retirado a aquel curato rural, y nunca más quiso salir de él para intentar nueva contienda.

El P. Gil, a quien no sucedía otro tanto, respondió muy cortésmente y preguntó por D. Restituto. El señor cura debe de estar hacia el establo. Pase usted, D. Gil. Iré a llamarlo. No hay necesidad: yo mismo iré a buscarlo. ¿El establo está aquí?... , señor; aquí detrás de la casa.

Palabra del Dia

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