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Los rugidos de las olas se amortiguaban y la brisa soplaba dulcemente como el hálito perezoso del que se prepara a dormir. Un silencio augusto y conmovedor empezaba a elevarse del seno de las aguas. En las cavernas de la roca, Marta dejó de percibir el grito acongojado que la asustara, y los truenos y ronquidos se habían ido cambiando lentamente en un glu glu suave y lánguido.

Animado, no obstante, de una esperanza loca, volvió corriendo a las cuadras, sacó su hermoso caballo de silla, y, poniéndole un freno, saltó sobre él en pelo, y se lanzó igualmente a escape por la carretera de Nieva. No llevaba espuelas ni látigo, mas el bravo animal obedeció a su voz, mejor dicho, a sus rugidos, y tomó un escape violentísimo. Los ojos del caballo veían el camino.

Así que, no era fácil que la gentilísima dama pasara inadvertida como en las calles del centro. Las miradas de los que cruzaban como de los que se estaban quietos posábanse con complacencia en ella. Se hacían comentarios sobre los primores de su traje por las comadres, y se decían chistes espantosos por los nauseabundos mancebos, que hacían prorrumpir en rugidos de gozo bárbaro a sus compañeros.

La pobrecita no puede tenderse, y está sentada día y noche con los brazos extendíos y moviendo las manos así... así; como si buscase la salusita que se jué pa siempre. ¡Ay, mi pobre Mari-Cruz! ¡Mi prima del arma!... Y lanzaba estos gritos como si fuesen rugidos, con la expansión trágica de la raza gitana que necesita espacio libre para sus dolores.

El bufón no hablaba una sola palabra; acometía en silencio, y de tiempo en tiempo salían de su pecho rugidos poderosos, sordos; hálitos abrasadores, con los que parecía querer comunicar á su acero la fuerza de su rabia. Ved que me canso, tío repitió Quevedo. El tío Manolillo redobló su ataque. ¡Ah! dijo Quevedo ; ¿conque os empeñáis, hermano? pues señor, descansemos.

Se reía de las ruindades y estupideces de todos los partidos, pero a menudo era presa de desalientos, que se reflejaban en alguna ocurrencia chistosa. Jamás lo vi exaltarse; se conservaba en calma, en medio a los variados rugidos de sus huéspedes, seguro siempre, de que suya sería la última palabra, pues veía claro y lejos. Sin embargo, sus antipatías eran vehementes y execraba a los republicanos.

La noticia de la muerte del Rey, que ya sabía todo Madrid, lejos de hacerle desistir de su propósito, lo confirmó más en él, porque iba a empezarse el período de crueldades, amenazas y represalias, precursor del desencadenamiento de la hidra, cuyos broncos rugidos resonaban ya en toda la Península. No se nos quedará en el tintero un incidente ocurrido al partir Monsalud de la morada Carniceril.

Era la niebla espesa y blanca como la albúmina, que caía sobre los buques, haciéndolos navegar á ciegas en pleno día, poblando el espacio de inútiles rugidos de sirena, no dejando ver el agua que los sustentaba ni los otros barcos cercanos, que podían salir de un momento á otro de la borrosa atmósfera, anunciando su aparición con un choque y un crujido enorme, mortal.

Al fatigarse, descendían al claustro, y agarrados a las barandillas, emprendían un susurro que estremecía el religioso silencio como un suspiro de amor. De vez en cuando se abrían las cancelas de la catedral, esparciendo en el jardín y las Claverías una bocanada de aire cargada de incienso, de rugidos de órgano y voces graves que cantaban palabras latinas prolongando solemnemente las sílabas.

Gillespie se sintió inquieto al darse cuenta de que el universitario no había llegado aún, á pesar de las promesas hechas el día anterior. ¡Profesor Flimnap! gritó varias veces. La muchedumbre pretendió imitar su voz, lanzando varios rugidos acompañados de risas. El bondadoso traductor permanecía invisible.