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El día de la fuga, Angustias dijo a Belarmino y Xuantipa que cenaría con la solterona y se quedaría en su casa a dormir, como otras noches. A la mañana siguiente, el Padre Alesón, sin saber cómo ni de dónde, recibía un anónimo, escrito en caracteres que simulaban letra de imprenta.

El engaño caritativo del Padre Alesón fué decirle a Belarmino que Angustias, por el bien parecer, se alojaba en un convento, hasta el día del desposorio, y que, por lo pronto, para evitar situaciones difíciles, lo más prudente era que no se viesen padre e hija.

El Padre Alesón les contó el suceso y les infundió esperanza en el desenlace feliz. Belarmino se llevó las manos al corazón, dobló la cabeza y sollozó. Xuantipa, con alegría diabólica en el semblante, dió libertad a la hiel que tenía almacenada: La hija del pecado vuelve al pecado, que es su elemento. A tanto se me da que se case como que no se case. Es más: digo que Dios no querrá que se case.

Sustentaba Belarmino amorosamente en sus manos los tales residuos, que para él eran gérmenes o embriones de un flamante porvenir, y miraba al Aligator con tierno interés, cuando de pronto uno y otro notaron que les faltaba unos cuatro metros cúbicos de aire respirable, que era poco menos de lo que contenía el cuchitril; había entrado el Padre Alesón, desalojando el volumen de aire correspondiente a su volumen de carne y hueso.

El Padre Alesón, consternado, no sabía qué replicar. La cosa no era para menos.

Tal es mi misión: andar, andar de un lado a otro, con una grave responsabilidad sobre los hombros. Ya volvía la espalda el fraile, cuando Belarmino murmuró: Naturalmente, como usted es un dromedario.... El Padre Alesón se volvió de cara, la expresión en entredicho. Hombre, hombre... tartamudeó, con voz deficiente . Eso es ofender.

Belarmino le hablaba una lengua perfectamente insólita, que él no conocía ni sospechaba; como que no era lengua viva ni lengua muerta, sino lengua en embrión. Y usted, ¿no es nada fanático? preguntó, algo desconcertado, el Padre Alesón, con su voz de flautín, dejando, a pesar suyo, escapar un gallo o atragantón en la sílaba acentuada del esdrújulo . Hanme dicho que .

Si esa mujer está aquí dijo el Padre Alesón después de leer la carta , le juro a usted, Padre Cosmén, que la estrangulo entre mis manos; tanta es la cólera a que me mueve su infame proceder. ¡Pobre niña, pobre criatura; perdida ya para siempre! Y esto mata a Belarmino, a nuestro loco inofensivo y seráfico. Tendremos que inventar un engaño caritativo.

Un sacudimiento vertiginoso y profundo, a modo de terremoto, recorrió la vasta humanidad del Padre Alesón. Angustias era algo de la casa; vivía a la sombra de la robusta Orden dominicana, como las rosas a la sombra de los cipreses, en los claustros conventuales.

A Belarmino le gustó la voz expeditivo, y la almacenó en la memoria, a fin de meterla en la horma, ensancharla y darle un significado espacioso, nuevo y conveniente. ¿Da usted su palabra? pidió el Padre Alesón. , señor reverendo. Y que sea lo que Dios quiera. Que me place oírle esa expresión devota: que sea lo que Dios quiera. Dios querrá lo mejor. Hasta mañana, amigo mío.