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Lo he rasgado yo respondiola el mozo, tan ruborizado como la interpelante , porque era de necesidad abrir por algún lado para que usted respirara con desahogo.... y elegí ese lado de atrás por parecerme menos... vaya, menos... y aun eso se hizo, al llegar al corsé, bajo el impermeable que no se le ha vuelto a quitar a usted de encima. ¿Es cierto, Cornias?

El clérigo tampoco los tenía, pero se los pidió a su madrina y se los entregó ruborizado. Ella los aceptó sin vergüenza alguna, como la cosa más natural. Otro día le llevó a la iglesia el paquete de cartas del novio que había tenido para que las leyese. Al día siguiente le confesó, sonriendo, que no había sido para ponérselo a una amiga que acababa de morir, sino para traerlo ella sobre el pecho.

El hijo predilecto de la Iglesia, sonriente y ruborizado, sacó del bolsillo del gabán un librito de cubierta elegantemente impresa a dos tintas, lo abrió por la primera página, donde aparecía el retrato de la santa duquesa de Turingia grabado en madera, y lo entregó abierto a la señá Rafaela.

Entonces, ¡si hubieses visto sus hermosos ojos inclinarse hacia el suelo, sus largas cejas fruncirse ligeramente, sus mejillas colorearse con un tinte vivo y fugaz! El ángel se ha ruborizado; entonces no era más que una mortal, pero una mortal adorable ¡y adorada! iba a decir, ¡qué locura! He aquí lo que me han contado.

Ahora mismo replicó Tristán cuya frente se frunció terriblemente. Fue al despacho, le pagó y se vino de nuevo al salón. Pero a los pocos instantes se presentó el criado balbuciente, ruborizado.

Para Pinho no hay otro bien como el uso de la guayaba, y en cuanto supo que yo era un poseedor de inscripciones, un semejante suyo, capitalista como él, no dudó, no se retrajo más de su deber humano, y practicó en seguida el acto de beneficio, y hélo aquí ruborizado y feliz, trayendo su dulce dentro de una servilleta. ¿Es el comendador Pinho un ciudadano inútil? ¡No, ciertamente!

Toma las llaves de mi escritorio, que están ahí en el chaleco, abre el segundo cajón de la izquierda y saca un crucifijo de plata que hay en él... y tráemelo. Aquí está dijo presentándoselo a los pocos instantes colgando de un pedazo de cordón. Este crucifijo manifestó algo ruborizado me lo dio Maximina al separarnos: se me rompió el cordón, y esperando comprar otro, lo guardé en el escritorio.

Hablaba con un entusiasmo, con una unción, de su adorada, que daba pena el considerar lo engañado que aquel hombre vivía; digo, daría pena a cualquiera que no estuviese, como yo, profunda y vivamente llagado por el desprecio de otra pérfida. Ruborizado como un colegial y tembloroso, volvió a hacerme por centésima vez confidente de unas niñerías que nunca me parecieron tan ridículas como entonces.

La contemplé con embelesamiento, con un éxtasis religioso que no pasó inadvertido para ella. Así me gusta dijo sonriendo. Cuando se quiere a una mujer, ha de ser de veras. Yo me reí también, ruborizado. Nunca hemos tenido un trato muy íntimo siguió, porque yo me he criado en Sanlúcar, y ella entró de interna en el colegio muy temprano.

No contestó, y ¡cosa singular! la que siempre se había ruborizado cuando en presencia de los curas le hablaban de cosas mundanas, se ruborizaba ahora porque la hablaban de Teología. Yo no ... yo no entiendo ... yo no he leído ese libro contestó al fin, viendo que el majadero de Entrambasaguas repitió su pregunta, adornada con dos ó tres festones más de latín.