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La visión se desvaneció rápidamente con el movimiento de las nubes. Borráronse sus espantables contornos, adoptando otras formas caprichosas; pero Febrer, al perderla de vista, no salió por esto de su alucinación. Aceptaba la orden sin rebelarse: partiría. Los muertos mandan, y él era su siervo inerme. La luz de la caída de la tarde daba a los objetos un relieve extraño.

Entreabre y frunce los labios con violencia, como si temiera que se la va á escapar su secreto; y significando de un modo confuso la duda, el rubor y esa fantasía indecisa de un deseo vírgen, de un primer deseo; esa alucinacion con que nos seduce la idealidad milagrosa de una esperanza que nunca se ha sentido; la alucinacion que nos causa el agüero de un mago, cuando creemos en la mágia.

Aquí tienes a la señora de quien te he hablado, que tanto se parece a mamá. Aurelia la miró sin saber qué decir, sonriente y cada vez más ruborizada. ¿No se parece muchísimo? . Yo no lo encuentro ... respondió la joven después de vacilar. ¿Lo ve usted? exclamó la dama volviéndose a Raimundo con la sonrisa en los labios . No ha sido más que una fantasía, una alucinación.

Hubo un instante en que la alucinación de Moreno llegó a ser tan efectiva, que se incorporó, y cogiendo un libro que en la próxima silla estaba... «Mira, si no te marchas con tu pierna podrida...». Después cayó otra vez su cabeza en el sofá y se puso la mano sobre los ojos. «El infeliz se ha de buscar la vida de alguna manera.

Belarmino resolvió que Xuantipa ya no existía; que no existía Bellido, el usurero; que no existían Apolonio, ni su hijo, el seductor de Angustias; que no había existido el rapto ¡cuánto trabajo le costó suprimir de su alma esta pretendida alucinación o realidad ilusoria...! . Angustias, ésa que existía; como que la había concebido y creado él; era la hija de su alma y de sus entrañas: ¿no había de existir?

Los espejos, velados tristemente por la pátina de los diez lustros, parece que conservan como un vago reflejo de ensueño, rostros confusos y siluetas de lejanas personas desaparecidas, repetidas de uno en otro, infinitamente, en los cristales, como un cortejo de alucinación.

Quiero y debo, no obstante, decir a Vd., ya que le escribo siempre como si estuviese de rodillas delante de Vd. a los pies del confesionario, una rápida impresión que he sentido dos o tres veces; algo que tal vez sea una alucinación o un delirio, pero que he notado. Ya he dicho a Vd. en otras cartas que los ojos de Pepita, verdes como los de Circe, tienen un mirar tranquilo y honestísimo.

Salí entonces, atravesé las butacas como un sonámbulo, aproximándome a ella sin verla, sin que me viera, como si durante diez años no hubiera yo sido un miserable... Y como diez años atrás, sufrí la alucinación de que llevaba mi sombrero en la mano e iba a pasar delante de ella. Pasé, la puerta del palco estaba abierta, y me detuve enloquecido.

Y sin embargo, lejos de ofuscarse o de anublarse, su inteligencia se sentía bañada en luz serena y clara y Fray Miguel creía o más bien estaba seguro de que iban disipándose las nieblas o rasgándose los velos que le encubrían la verdad, y de que empezaba a ver las cosas todas sin alucinación alguna que se las desfigurase y trastrocase.

La voz del perdón se callaba; esa voz jamás había hablado. Aquello había sido un sueño, una alucinación. La verdad era otra: el ser amado yacía bajo tierra, las manchas de su sangre no se habían borrado aún; la sangre pedía venganza, y él debía obtenerla. ¿Por qué no lo dijo usted antes? ¿Por qué vaciló al principio?