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Para llevar tapis hay que nacer á las orillas del Pasig, como para terciarse una mantilla no hay más remedio que comer las papillas acariciado por las brisas de Sierra-Nevada, dormir arrullado por las palmas y el polo gitano, despertar con el alegre volteo de la campana de la Vela, saber beber manzanilla, y en fin, y ¡viva mi tierra! haber nacido en aquel pedazo de cielo que se llama Andalucía.

Una pasión convertida en aborrecimiento y cuya levadura fermentaba siempre con violencia en el corazón de la solterona. Hacia el año 1867, el señor Guichard, soltero muy rico y cuyos herederos eran su sobrino, Fortunato Roussel y su sobrina Clementina Guichard, había acariciado el sueño de no dividir su fortuna y de casar á sus sobrinos.

Se avergonzaba de llamar a a quien al presentarse como madre tenía que declarar su culpa, y, ella lo decía, su deshonra. Dudaba de que una hija, a quien, fuese por lo que fuese, ni había criado, ni visto, ni acariciado nunca, la pudiese querer. Recelaba hallar frialdad, tibieza al menos, en su hija. No creía en la misteriosa fuerza de la sangre.

Era Miércoles de la segunda semana de la Pascua que llaman de Santo Thomás. Vióse aquella misma noche con el Emperador, de quien fué recibido y acariciado con grandes demostraciones de amor. Matan á Roger con gran crueldad los Alanos, estando comiendo con los Emperadores Miguel y María, y á todos los que fueron en su compañía.

Y don Manuel, alzándose del sillón, estrechó al muchacho en un abrazo ardiente, y teniéndole así, preso y acariciado, dijo con solemnidad: Doy por recibido tu juramento, y le pongo este sello de nuestro cariño. Quiso salvador confirmar: yo juro; pero el de Luzmela le tapó la boca con su descarnada mano. Está jurado, hijo mío; ven y siéntate otra vez a mi lado; no me sostienen las piernas.

La masa de sus cabellos se iría desprendiendo de ella cayendo al cabo en el fondo del ataúd como un montón de barreduras, la piel se huiría dejando al descubierto blanca como la porcelana la tapa del cerebro. ¿Cómo quedarían sus manos? ¡Ah! sus pobres dedos, aquellos dedos que tantas veces habían acariciado las sortijas de tus cabellos de ébano, que oprimieron las rosas de tus mejillas y humildes y temblorosos buscaban los tuyos en la obscuridad, servirían durante algunos días de festín a una legión de gusanos y serían pronto objeto de horror aun para ti misma, hermosa, si los vieses...

Yo, ofuscado por la luz de sus ojos, que, como dos acumuladores eléctricos, iban lenta y suavemente magnetizándome, la escuchaba sin pestañear, acariciado por aquel acento andaluz, dulce y salado a la vez, cuyo recuerdo hace suspirar a más de un inglés en las brumas de la Gran Bretaña. ¿De qué hablaba?

Era el cariño del poderoso por el débil al que protege; un amor paternal que no tenía en cuenta la semejanza de edades ni la diferencia de sexos; una ternura en la que entraba por mucho cierta lástima dulce. Se conmovió al recordar el beso humilde con que había acariciado sus manos; casi un beso de mendiga. ¡Pobre! Esto bastaba para que se creyese obligado á no abandonarla nunca.

Godfrey había dejado de ver la sombra de Dunsey atravesada en su camino, y este camino lo conducía entonces directamente hacia la realización de sus deseos predilectos, los deseos que más largo tiempo había acariciado.

Todo, sin duda, está ordenado, perfecto, hermoso hoy como antes y como siempre. No exhalo la menor queja. En hay admiración y agradecimiento. La providencia, la fortuna, lo que quiera que sea, me ha mimado y me ha acariciado en vez de herirme. ¿Qué habrá sido de cuantas en Cádiz y en Sevilla fueron las compañeras de mi primera mocedad?