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Pero algunos jóvenes patriotas, llenos de intrepidez y desesperacion, concibieron el proyecto de sorprender, desembarcando en la Guaira, el destacamento realista que alli estaba y cuya fuerza consistia en 300 hombres, la mayor parte güireños. Eligieron como jefe al rico margariteño Santiago Mariño, quien para el golpe de mano intentado no contaba sino con el insignificante número de seis fusiles.

Artegui y Lucía eligieron una mesa chica para dos cubiertos, donde podían hablarse frente a frente, en voz baja, por no lanzar el sonido duro y corto de las sílabas españolas entre la sinfonía confusa y ligada de inflexiones francesas que se elevaba de la conversación general en la mesa grande.

Nada diré del temple del arma que eligieron para tan ruda batalla. El lector va a conocerle, y dirá de él lo que mejor le parezca. Yo, mero historiador, a los hechos me atengo, y ésos voy a referirle.

Con mas lentitud que lo que convenia, tomaban las armas los indios, cuando el enemigo amenazaba seriamente. Juntáronse los capitanes Lorenzistas y Miguelistas, eligieron otra vez otro del mismo pueblo en el oficio de teniente y supremo capitan, sucesor de Alejandro que habia sido muerto, y despues del dia de San Miguel recojieron las tropas.

Despues de Irala muerto, se juntaron En una iglesia todos, y eligieron, De doce caballeros que nombraron, Los cuatro, cuyos nombres escribíeron: Por opuestos aquestos señalaron, Los vecinos sus votos aquí dieron. Salió Francisco Ortiz, el de Vergara, Que con hija de Irala se casára.

Estando la ciudad asì poblada, La Trinidad por nombre le pusieron, Y la gente en cabildo congregada, Alcaldes ordinarios eligieron. En esto en Santa gran melonada Se junta de mestizos, y escribieron A Tucuman, al Abrego, diciendo Lo que entre ellos andaban mal urdiendo.

Nació Roger de Flor, á quien los nuestros eligieron pro General y suprema cabeza, en Brindiz de padres nobles, su padre fué Alemán, llamado Ricardo de Flor, cazador del Emperador Federico su madre Italiana, y natural del mismo lugar. Murió Ricardo en la batalla que Cárlos de Anjou tuvo con Coradino, cuyas partes seguia, por ser nieto de Federico su Príncipe y señor.

Enardecidas las tropas de esta bárbara resolucion, los atacaron con el mayor ardor, y ellos fueron cediendo hasta la cresta del monte, donde considerando ya era imposible escapar de las manos de sus contrarios, eligieron muchos el desesperado partido de despeñarse, precipitándose desde una altura de mas de 200 varas, para hacerse pedazos antes que rendirse, y los restantes buscaron por asilo los cóncavos de las peñas, desde donde hacian los últimos esfuerzos para la defensa, sin hacer el menor aprecio de las repetidas voces que les gritaban nuestros soldados, ofreciéndoles de nuevo el perdon, compadecidos de la situacion en que se hallaban.

Y el paseo continuó sin nuevas interrupciones. Estaba la tarde serena. El sol molestaba todavía bastante, por lo cual, después de bajar al pueblo, eligieron el camino sombrío que conducía a la montaña por una cañada paralela a la del Molino. Marchaban pareados, a no ser cuando el camino era demasiado estrecho, que iban uno en pos de otro.

En la puerta aparecieron dos sombras; eran dos prometidos. Ambos avanzaron tímidamente, él dando vueltas al sombrero, y ella echando una mirada furtiva a la parisiense. La guardiana, arrancada a su sueño, sonreía con malicia mostrando sus cirios. Los novios eligieron dos del mismo largo, los encendieron juntos gravemente y los colocaron en el altar.