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Entretanto, había obscurecido ya; se encendió luz, y el comedor apareció tan pobre, tan frío y desmantelado, que más hubiera valido no encenderla: la calva de don Pablo Aquiles, sentado delante de la apagada chimenea, resplandeció como bruñida patena, y las frutas, aves y peces de los cromos que adornaban las paredes, se animaron con la crudeza de sus colorines.

No; aparecían por la puerta de la escalera de Damas su mamá, asida al brazo de Pez, y su papá dando el suyo a la marquesa de Tellería. ¡Qué guapas venían arrastrando aquellas colas que sin duda tenían más de una legua!... Y ellos, ¡qué bien empaquetados y qué tiesos!... Venían a descansar y tomar un refrigerio en casa de doña Tula, para acompañar más tarde a la Señora y a toda la Corte en la visita de Sagrarios... Por todas las puertas de la parte alta de Palacio aparecían libreas varias, mucho trapo azul y rojo, mucho galón de oro y plata, infinitos tricornios... Delirando más, veía la ciudad resplandeciente y esmaltada de mil colorines.

Pero lo hermoso de las casas hindús era la fantasía de los adornos, que son como un trenzado que nunca se acaba, de flores y de plumas. En Grecia no era así, sino todo blanco y sencillo, sin lujos de colorines. En la casa de los griegos no había ventanas, porque para el griego fue siempre la casa un lugar sagrado, donde no debía mirar el extranjero.

Hace un rato ha bajado con las amigas al Caño Dorado... Allá está: desde aquí puede verla. Y mostraba a Isidro un grupo de vivos colorines que corría entre la arboleda del cerro de los Pinos. El joven descendió la cuesta. Más allá de las últimas casas de los traperos, contrastando con la sórdida miseria del barrio, comenzaba el bosquecillo del Caño Dorado.

Pasaban los invitados a la procesión caminando apresuradamente, muy satisfechos de atraer la atención de la embobada muchedumbre: unos de frac, luciendo condecoraciones raras; otros con uniforme de Maestranzas y Órdenes de caballería, vestimentas extrañas, con el sombrero apuntado y la casaca de vistosos colorines, que daban a sus poseedores el aspecto de pájaros exóticos.

¡Ah! gritó, ahogando el grito antes de salir de los labios, Emma, que acababa de ver un pie de la Gorgheggi, al descender la tiple majestuosamente de su trono de madera pintada de colorines. Fuera un anacronismo o no, las botas de S. A. eran idénticas a las que había comprado ella por la tarde. Fuejos no había mentido. Lo mismo que las mías.

El aparato religioso, las imágenes de plata, los cleros entonando sus himnos a voces solas, las interminables cofradías, no la habían impresionado tanto como este continuo desfile de grandezas humanas; y sus ojos se iban deslumbrados tras las fajas de los generales, las placas que centelleaban como soles, los bordados de caprichoso arabesco, las empuñaduras cinceladas y brillantes y las bandas de moaré que cruzaban los pechos como un arroyo ondeante de colorines.

No se limitaban á esto sus funciones: él pegaba carteles, complaciéndose sobremanera en vestir de colorines las esquinas de Madrid, coadyuvando de este modo á una de las grandes cosas de nuestro siglo, que es la publicidad.

Su ama, una señorona majestuosa, lo recibía en el comedor de su casa. Por allí cerca andaban las hijas, unas señoritingas siempre llenas de lazos y colorines.

Esta ancianidad se acentuaba bajo adornos extraños que no recordaban ninguna moda: trajes de colorines desteñidos que parecían cortados de un cortinaje viejo y oliendo á casa ruinosa, sombreros monumentales ó turbantes esféricos fabricados con gasas de mosquitero.