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Hasta lo echaba en la sopa. D.ª Tula, con empalagosa solicitud, se lo advertía. ¡Don Oscar! ¡don Oscar! Déjeme usted, doña Tula. Atienda usted a su estómago, y no se meta en el de los demás respondía con su voz formidable el enano, trayendo hacia si la vinagrera. En cambio, D.ª Tula abusaba fuertemente del azúcar.

Venía de ver a Su Majestad y a doña Tula, y después había estado en las cocinas, donde el cocinero jefe se empeñó en hacerle aceptar tres entrecotes y un par de perdices. «Cosas de Galland...». Era un hombre que no se cansaba de obsequiarla, y por no desairarle, ella había dicho: «Pues que me lo suban a casa».

De aquella insinuación que me había hecho Suárez en Marmolejo, referente a un señor que dirigía los asuntos de D.ª Tula y vivía con ella maritalmente, no me dijo nada, ni yo me atreví a preguntarle. Después me dijo mirándome a los ojos sonriente: Además, le prevengo a usted que mi prima es rica. Su padre pasaba por tener una buena fortuna.

Era cosa que me causaba náuseas verla echar cucharadas colmadas en cuantos platos se la presentaban. D. Oscar comía rajas de naranja con aceite y vinagre. D.ª Tula espolvoreaba de azúcar los pimientos. Así se pasaron diez o doce días. La exactitud de don Oscar me abrumaba. Estuve por mandarlo al diablo más de veinte veces.

Ha pronunciado frases, muchas frases; pero ideas razonables y serias he hallado muy pocas. En primer lugar, este caballerito nos habla de su matrimonio con la desdichada hija de doña Tula como de cosa resuelta y juzgada, sin tener en cuenta que su madre puede reclamarla al instante y hacerse cargo de ella en tanto no cumpla los veinte años.

Mas, aparte de que la edad de ambos no lo hacía probable, en los días que frecuenté la casa no pude observar nada que lo confirmase. Se trataban siempre con igual ceremonia, D. Oscar con cierta superioridad intelectual, D.ª Tula con humildad afectuosa. Ni una mirada donde se pudiera traslucir un sentimiento más íntimo, ningún dato que los acusara.

Conté sencillamente cómo había sido nuestro conocimiento y cómo la había amado sin saber si era rica o pobre, incitado, más que por nada, por su carácter franco y abierto y por la bondad de su corazón... Aquí doña Tula dejó escapar una risita irónica, y el enano sacudió su cabeza de tal modo que las colas de zorro dieron varios paseos por la pared en un segundo.

No lo ha conseguido usted interrumpió groseramente don Oscar. Lo siento mucho, pero mi intención era buena dije, echando una mirada a doña Tula, que bajó la suya, más por sumisión al terrible enano que por hacerme agravio. Eso me pareció al menos.

Es estrecha y hace una porción de vueltas, con recodos bruscos que le prestan carácter misterioso y poético. Transita por ella poca gente, y está habitada en general por familias bien acomodadas, a juzgar por los suntuosos patios que a derecha e izquierda se ven al través de las cancelas. La casa de doña Tula ocupaba uno de los rincones más solitarios.

Isabel hizo esfuerzos muy grandes porque Gloria asistiese, pero todos se estrellaron contra la negativa rotunda de doña Tula. Ni aquella ni yo lo sentimos mucho. Nuestros coloquios valían más que todos los bailes imaginables. Quedamos en que yo sólo iría un rato después de nuestra conversación nocturna.