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Era una antigua lima de acero aguzada y bruñida. Podía atravesarse con ella una moneda, ¡y en manos de su abuelo!... Su abuelo era un hombre famoso. El nieto no le había conocido, pero hablaba de él con admiración, colocando su memoria por encima del mediano respeto que le inspiraba el buenazo de su padre.

La nieve de sus picos, como obeliscos y pirámides de bruñida plata, se duplicaba por el reflejo, y a par que resplandecía en lo sumo del aire se veía en el temeroso fondo del agua, donde, duplicándose también el cielo, hacía que imaginase Morsamor que la nueva Argo estaba suspendida entre dos abismos.

Por allí entra agora una fregona con un vestido alquilado, que la trae su ama a sacar de don, como de pila, para darla el tusón de las damas, porque le pague en esta moneda lo que le ha costado el crialla, y aun ella parece que se quiere volver al paño , según viene bruñida de esmeril.

Cosas muy lindas debía ver, conforme se iba muriendo, sin saber que las veía, porque se le reflejaban en el rostro. La frente la tenía como de cera, alta y bruñida, y hundidas las paredes de las sienes. Aquellos ojos eran una plegaria. Tenía fina la nariz, como una línea. Los labios violados y secos, eran como una fuente de perdón. No decía sino caridades. Sola, , no quería estar ella.

Era el lugar de conversación un colgadizo espacioso, de tablilla bruñida el pavimento: la baranda como toda la casa, de madera abierta en tres lados para las tres escalerillas que llevaban al jardín que había al frente de la casa. Estaba el colgadizo siempre en sombra, porque lo vestía de verdor una enredadera copiosísima, esmaltada de trecho en trecho por unos ramos de florecitas rojas.

CHANFALLA. -Esta agua, que con tanta priesa se deja descolgar de las nubes, es de la fuente que da origen y principio al río Jordán; toda mujer a quien tocare en d rostro se le volverá como de plata bruñida, y a los hombres se les volverán las barbas como de oro. #Tostada#. ¿Oyes, amiga? Descubre el rostro, pues ves lo que te importa. ¡Oh, qué licor tan sabroso! Cúbrase, padre, no se moje.

Jacinta admiró la cómoda, bruñida de tanto fregoteo, y el altar que sobre ella formaban mil baratijas, y las fotografías de gente de tropa, con los pantalones pintados de rojo y los botones de amarillo.

Su inteligencia era, sin duda, tabla rasa, pero tabla bruñida, tersa y maravillosamente adecuada para que los conceptos se grabasen en ella con prontitud, se ordenasen allí sin confusión y distintamente y persistiesen luego como indelebles signos, sin borrarse ni alterarse nunca. La vanidad y el afecto de tío movían al doctor López a pensar así de su sobrino D. Pepito.

Mientras fuera se revolvían furiosamente las aguas agitadas por la tempestad, en aquel lago reinaba la más absoluta calma. Su superficie estaba tranquila y era bruñida y lisa como la de un espejo metálico. Apenas la chalupa hizo moverse la superficie de sus aguas, despidieron éstas resplandores fosforescentes. Pero ¿dónde estamos? preguntaron Hans y Cornelio.

En torno a los viejos campanarios, que parecen de plata bruñida en el plenilunio, la Noche dirige la danza de las Horas, vírgenes inquietantes, en cuya danza interviene, como concertador irónico y dramático, el Destino, que cambia el compás de las vidas vulgares de una manera trágica o grotesca.