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Rompió al punto el discurso para acudir á donde le llamaba la extrema necesidad, pero fué en vano, porque el mal, que era fuertemente maligno, le había sacado de juicio, y estaba ya delirando con frenesí; y por más remedios de que se valió, nunca le pudo volver en .

Hace días que las noto más flacas... ¿Sabes por qué no quieres ir más? ¿Quieres que te lo diga? Tenía las ventanas de la nariz contraídas, y su respiración acelerada le cerraba los labios. ¡Vamos! No seas... cálmate, que es lo mejor. ¡Es que te lo voy a decir! ¿Pero no ves que estás delirando, que estás muerto de fiebre? le interrumpí. Por dicha, un violento acceso de tos lo detuvo.

Nicanora le volvió cara arriba para que respirase bien, le puso las piernas dentro de la cama, manejándole como a un muerto, y le quitó de la mano el palo. Arreglole las almohadas y le aflojó la ropa. Había entrado en el segundo periodo, que era el comático, y aunque seguía delirando, no movía ni un dedo, y apretaba fuertemente los párpados, temeroso de la luz. Dormía la mona de carne.

Al día siguiente el vómito negro se desarrolló en El Dragón con una gran violencia; uno de los marineros holandeses, Stass, atacado por la fiebre, se levantó de la cama delirando, y, después de cantar una extraña canción, se tiró al mar. El teniente hizo que toda la tripulación sana se alejara en la parte de la popa, y convirtió el castillo de proa en enfermería.

No sabía qué hacer ni qué decir. «Hijo mío exclamó limpiando el sudor de la frente de su marido , ¡cómo estás...! Cálmate, por María Santísima. Estás delirando». No, no; esto no es delirio, es arrepentimiento añadió Santa Cruz, quien, al moverse, por poco se cae, y tuvo que apoyar las manos en el suelo . ¿Crees acaso que el vino...? ¡Oh! no, hija mía, no me hagas ese disfavor.

Lo que hacía era vigilar sin descanso, acercarse á menudo á la puerta de la alcoba, y ver lo que ocurría, oir la voz del niño delirando ó quejándose; pero si los ayes eran muy lastimeros y el delirar muy fuerte, lo que sentía Torquemada era un deseo instintivo de echar á correr y ocultarse con su dolor en el último rincón del mundo.

O, mejor dicho: hoy, antes de quedarme solo, cuando pensaba haber despertado de uno de esos sueños densos, en que nada se siente; sueño de tinieblas en que nada se ve; sueño que es la negación de la existencia y del que se despierta, antes de acabarse de dormir, espeluznados, estremecidos, fríos como si se hubiera sentido el contacto de la mano de la muerte; cuando sólo creí, repito, despertar de un sueño horrible, me han dicho que he estado un mes delirando, furioso, nombrando a Amparo, amenazándola, apostrofándola, insultándola, prodigándola los epítetos más degradantes.

El mayor Andrews, un viajero inglés que ha dedicado muchas páginas a la descripción de tantas maravillas, cuenta que salía por las mañanas a extasiarse en la contemplación de aquella soberbia y brillante vegetación; que penetraba en los bosques aromáticos, y delirando, arrebatado por la enajenación que lo dominaba, se internaba en donde veía que había obscuridad, espesura, hasta que al fin regresaba a su casa, donde le hacían notar que se había desgarrado los vestidos, rasguñado y herido la cara, de la que venía a veces destilando sangre sin que él lo hubiese sentido.

Muy tranquilo estuvo Almudena toda la noche, sin poder coger el sueño, delirando con el viajecito a Jerusalén; y Benina, por ver de calmarle, mostrábase dispuesta a emprender tan larga peregrinación.

En él, como en Daudet, la producción es violentísima; produce de un tirón, rápidamente y como delirando. A veces se le oye exclamar: «¡Ah, tunanta!»... O bien: «¡Ah, miserable, ya eres mío!...» La cólera de sus personajes le quema, irritándole hasta el paroxismo, obligándole á salpicar el primer original de sus obras de interjecciones y frases soeces.