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Algunas viejas con negras sayas de viuda detenían a Maltrana para hablarle de sus hijos, que estaban en Melilla o en Ceuta. Por na, señor gimoteaban . Un acaloramiento. Llevaban la churí en la faja, y al faltarles, pues... pincharon. Su mersé debe tener buenas influencias... Vea de sarcarles un indulto, o que los pasen a un presidio mejor.

En la gañanía hace dos horas que no jablan más que de él. ¡Por muchos años, señó! M' alegro de conosé una presona tan fina y de tanto aquel. Bien se ve que su mersé es alguien: tiene cara de gobernaor. Salvatierra sonreía ante la obsequiosidad aduladora del gitano.

La vieja prorrumpió en lamentos. ¡Lo que ella había dicho! ¡La sangre corrompía; el maldito susto que no había querido salir y ahora, con la muerte, se le esparcía por todo el cuerpo! Y se abalanzaba sobre la agonizante, besándola con una avidez loca, como si la mordiese para volverla a la vida. ¡Se ha muerto, don Fernando! ¿No le ve su mersé? Se ha muerto... Salvatierra hizo callar a la vieja.

Ya ve: un torero es... un torero, y no va a viví como un fraile de la Mersé. Me han dicho que vas con mujeres malas. ¡Mentira!... Eso era en otros tiempos, cuando no te conosía... ¡Hombre! ¡Mardita sea! Quisiera yo conosé al hijo de cabra que te yeva esos soplos... ¿Y cuándo nos casamos? continuaba ella, cortando con esta pregunta la indignación del novio.

A los dos días se presentaba el gitanillo raptor ante el padre de la novia, con su chaqueta de terciopelo granate y el pavero blanco de los días de fiesta. Se arrodillaba compungido, se apoderaba de una de sus manazas, la besaba, y gemía después: Su mersé es el cuchillo, y yo, probesito de , soy la carne. Corte su mersé por donde quiera.

Corrió por todo mi cuerpo un estremecimiento de placer, y en los primeros momentos no supe mas que ponerme rojo de alegría y sonreír estúpidamente frente a Paca, quien a su vez soltó la carcajada. ¡Madre mía del Rosío, y cuánto me alegraría que su mersé y mi señorita... ¡Vamo! exclamó juntando con un gesto expresivo los dos índices.

Pue tengo que darle a su mersé un recaíto...¿Quiere que entremo en el portal? Como usted guste repuse, fuertemente excitada mi curiosidad. Nos apartamos, en efecto, de la estrechísima acera, y ya dentro del portal, la mujer sacó del pecho una carta doblada y me la entregó. Rompí el sobre apresuradamente y fui derecho con los ojos a ver la firma. No la tenía. ¿De quién es la carta? De mi señorita.

El Naranjero se destacó del grupo, vino con sonrisa burlona, y llevándose la mano al sombrero, con afectado respeto, me preguntó: Mi amo, ¿e su mersé gallego? Una ola de indignación me invadió la cabeza. Me levanté furioso, y tratando de arremeterle, le escupí a la cara más que le dije: El gallego lo será usted, ¡tío granuja indecente! Por tercera vez negué a mi tierra.

Alcaparrón cesó de gemir. Diga usté, señó, ya que tanto sabe. ¿Cree su mersé que golveré alguna vez a ver a mi prima?... Necesitaba saberlo, le dolía la angustia de la duda, y deteniendo su paso, miraba suplicante a Salvatierra con sus ojos orientales, que brillaban en la penumbra con reflejos de nácar.

Villa, observando mi tristeza, me preguntó el motivo, pero no quise manifestárselo, porque lo hizo sonriendo. A me parecía aquello el negocio más serio de la tierra. Al fin, a los cuatro días mortales apareció Paca. ¿Trae usted carta? le pregunté temblando de anhelo. ¿Qué me da su mersé por eya? respondió la pícara mirándome con semblante risueño.