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Y el cielo, de repente, como en una llamarada, se enciende de rojo: ya es como la sangre: ya es como cuando el sol se pone: ya es del color del mar a la hora del amanecer: ya es de un azul como si se entrara por el pensamiento el cielo: ahora blanco, como plata: ahora violeta, como un ramo de lilas: ahora, con el amarillo de la luz, resplandecen las cúpulas de los palacios, como coronas de oro: allá abajo, en lo de adentro de las fuentes, están poniendo cristales de color entre la luz y el agua, que cae en raudales del color del cristal, y echa al cielo encendido sus florones de chispas.

Un chisporroteo... Una llamarada más viva... El cirio del mozo se apagó el primero. Mejor; así no te veré morir exclamó con una especie de alegría egoísta. Mejor; así estaré allí para ayudarte a morir suspiró dulcemente la novia, cuya cándida abnegación brillaba bajo la cofia blanca. Y se fueron en la paz de la radiante tarde, cogidos del brazo... Liette ocultó la cara entre las manos y lloró.

Las palabras salieron de sus labios saturadas de amargura; pero al mismo tiempo, sin que pudiera evitarlo, brilló en sus ojos tal llamarada de pasión, que aquella mezcla de negativa y de amor fue lo sumo de la coquetería. Don Juan no sabía a qué santo encomendarse. La boca de Cristeta decía: «Nunca»; los ojos gritaban: «Llévame

Encendiéronse rápidamente en una llamarada de curiosidad las mejillas del mancebo, y clavó de nuevo en Lucía sus ojos chicos examinándola implacablemente. Miranda.... ¡Ah! ¡Conque es usted la señora, la señora de Aurelio Miranda! repitió, sin ocurrirsele decir más.

¡Los ojos de la Musa de la Noche! Ellos le dan su trágica llamarada de lujuria a esos rostros de clownesa que muequean en las encrucijadas del pecado. La Dama de la Noche es voluptuosa y trágica, y junta el placer y el crimen en una onda de sensualidad. Tiene el alma de Lucrecia Borgia, exquisita y abominable.

Con gran extrañeza, la vio oscura y vacía. Pero en aquel instante un leño que humeaba en el hogar se rompió, y a la luz de su llamarada vio a Federico Bullen sentado junto a los amortiguados tizones. ¡Hola! Federico se sobresaltó, púsose de pie y fue hacia él, medio tambaleándose. ¿Los compañeros dónde han ido? dijo el viejo. Al momento vuelven por aquí. Han salido a fuera a dar un pequeño paseo.

Cuando te encontré, venía de allí... venía de verla y conversar con ella... , esta noche, en casa de Charito González, no hace media hora, tuve el mismo vértigo, me envolvió la misma llamarada. Y ahora ya no soy dueño de , todo lo que me pasa y todo lo que hago viene como arrastrándome y como aplastándome. Se cubrió Muñoz la cabeza con las manos abiertas, los codos sobre la mesa, y suspiró.

Detuvo su alborotado lenguaje unos instantes, dejando que se extinguiese la llamarada del recuerdo impúdico que había enrojecido su palidez. Todo lo despreciaba continuó . Yo conozco á los hombres de mar: soy hija de marino. Muchas veces vi á mi madre llorando, y su simplicidad me dió lástima. No hay que llorar por lo que hacen los hombres en lejanas tierras.

A Julián todavía le duraba el sofoco, la llamarada de indignación; pero ya le pesaba, de su corta paciencia, y resolvía ser más sufrido en lo venidero. Aunque bien mirado.... ¿Quiere escotar un sueño? preguntó el de Naya al verle tan cabizbajo y mustio.

Por lo tanto, considerados filosóficamente los dos sentimientos de que hablamos, vienen á ser en su esencia uno mismo, excepto que el amor se contempla á la luz de un esplendor celestial, y el odio al reflejo de sombría y lúgubre llamarada.