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Las amigas se esforzaban en convencerla para que otorgase su perdón a la culpable. Luisa no cesaba de ir y venir consolando a su triste amiga y procurando calmar a la otra. El sol se había retirado ya del paseo, aunque anduviese todavía por las ramas de los árboles y las fachadas de las casas.

Pues no hay que devanarse los sesos para encontrar el remedio. Con no moverme de aquí... Pero podría ser el remedio peor que la enfermedad, y al fin tendría usted que llorar para que me marchase... Vamos, hija, modere esos suspiros tan fuertes, que parece se le va a salir el alma por la boca. Ya nos iremos consolando.

Y al mismo tiempo corresponde Cristo nuestro dueño, como infalible que es en sus promesas, con lo que nos dice por San Marcos, consolando y premiando abundantemente en esta vida las gloriosas tareas de sus siervos, comunicándoles el don de nuevas lenguas, que son infinitas como las naciones, que los nuestros aprenden casi milagrosamente para que prediquen el Evangelio, y es maravilla ver cómo aquellos bárbaros, á pocas razones de los misioneros, y viendo enarbolado el inestimable madero de la Cruz y la imagen de María Santísima, pasan á ser, casi de repente, no sólo cristianos en el deseo, sino misioneros fervorosos, apostados á perder la vida, derramando la sangre por la ley Evangélica, y al heroico creer, así de misioneros como de recién convertidos, se sigue lo que nos dice Cristo en el Evangelio, que es echar los misioneros, á vista de todos, los demonios de las Rancherías, que son sus pueblos, de que han estado en pacífica posesión por muchos siglos, con sólo decir aquellos fervosos Jesuitas el Evangelio ó poner las manos sobre los enfermos, se desvanecen los contagios frecuentes en aquellos países, obrando otras milagrosas curaciones; ni los venenos, ni la comida casi corrompida y muchas veces tan escasa, que se reduce á alguna frutilla silvestre, ocasiona el menor daño á la más delicada salud del misionero.

Las amigas se esforzaban en convencerla para que otorgase su perdón a la culpable. Luisa no cesaba de ir y venir consolando a su triste amiga y procurando calmar a la otra. El sol se había retirado ya del paseo, aunque anduviese todavía por las ramas de los árboles y las fachadas de las casas.

El viajante de comercio contaba en todas partes el suceso, y á continuación su novelesco encuentro con el padre, la caída mortal de éste al recibir la noticia, su desesperación cuando recobró el conocimiento. El piloto había corrido á presentarse en la casa de su capitán. Todos los Blanes estaban en ella, rodeando y consolando á Cinta.

¡Y qué hermana de la caridad consolando a los moribundos, curando a los heridos!... Cuando yo mismo estuve fuera de combate... ¡No me lo habías dicho!

Marchaba el campo según la comodidad de los lugares muy de espacio, consolando los pueblos Cristianos, y animándoles á su defensa, y con universal admiracion de todos los fieles eran recibidos los nuestros, alegrándose de ver armas Cristianas tan á dentro, las cuales los que entonces vivian jamás vieron en sus Provincias, aunque su deseo siempre las llamaba y esperaba; pero la flojedad de los Griegos nunca les dió lugar á que las viesen, hasta que el valor de los Catalanes y Aragoneses se las mostró.

Una mujer, una mujer sola, débil, desconocida, pobre, descalza, con un cordon á la cintura, con los cabellos sueltos por la espalda, con los ojos inflamados, con la mano derecha suspendida, mostrando una medalla de cobre, recorria las calles de Paris, apostrofando á unos, consolando á otros, exhortando y animando á todos. ¡No temais, no temais! El cielo vela por la ciudad.

Apesar de este proceder de los jefes americanos, tan contrario á todos los pactos y antecedentes arriba referidos, seguí observando con ellos, la misma conducta amistosa, enviando una Comisión que fué á despedirle al General Merrit, cuando su marcha para París; acto que al agradecerlo dicho General, tuvo la bondad de manifestar á nuestros comisionados, que defendería á los filipinos en los Estados Unidos: así mismo envié al almirante Dewey un puñal con su vaina, todo de plata, y un bastón de caña finísima con puño de oro labrado por el mejor platero filipino, recuerdos de afecto y antigua amistad, que el almirante aceptó, consolando de esta manera y en cierto modo mi alma afligida y la de todos los filipinos que formaban el Gobierno Revolucionario, haciendo de nuevo renacer en el corazón de todos, las alhagüeñas esperanzas de un arreglo con el almirante Dewey.

A despecho de Océanos y desiertos, de hambre y peste, de espías y leyes penales, de calabozos y torturas y de los más espantosos suplicios, los jesuítas penetraban, bajo cualquier disfraz, en todos los países; como maestros, como médicos y como siervos; arguyendo, instruyendo, consolando, cautivando los corazones de la juventud, animando el valor de los tímidos, presentando el Crucifijo ante los ojos del moribundo.