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AZUCENA. He orado por ti toda la noche; es lo único que puedo hacer ya. MANRIQUE. Descansad un momento. AZUCENA. Yo quisiera escaparme de aquí, porque me sofoca el aire que aquí respiro... porque van a matarme. Pero me defenderás, no consentirás que te roben a tu madre. MANRIQUE. ¡Gran Dios! AZUCENA. Pero estoy afligiéndote, ¿es verdad? MANRIQUE. No; decid, decid lo que queráis.

¿Cómo ha de aprender a evitarlo, si lo presentan a sus ojos con el encanto de lo prohibido por aliciente, con el incentivo de la curiosidad por guía y el aguijón de la edad por cómplice? Desengáñate, Tirso, no es este momento de que intentemos convencernos mutuamente; más no se le debe despertar la malicia a quien, como ella, la tiene adormecida; que sus impulsos no los sofoca luego nadie.

Ved á Abde-r-rahman el Grande, á ese esclarecido príncipe que encadena con una mano el Africa á España y con la otra sofoca las añejas rebeliones, dando al cabo de dos siglos unidad é independencia al imperio mahometano de Occidente. Nada faltó á su educacion para hacer de él un príncipe modelo segun las ideas de su secta.

Quino se acerca á Telva y con frase insinuante la requiebra y la felicita. Arrimados á una columna del pórtico departen en voz baja mientras Eladia, con la muerte en el alma, les dirige miradas fulgurantes. Pero Flora, la gentil zagala de Lorio, se acerca á ella y procura distraer su pena con su charla siempre alegre y graciosa. Deja que me esconda detrás de ti. Jacinto me persigue y me sofoca.

Cuando, por haberse bajado la graciosa morenita, se distrajo la atención de los concurrentes y se diseminaron otra vez, la esposa de Pepe de Chiclana llevó al majo á un rincón y tuvo á bien darle una satisfacción de las injurias que le había dicho el día anterior. Ayer estaba un poco sofocá, ¿sabes? Te habré dicho las mil perrerías: que eras esto y lo otro... No me acuerdo.

Eran las infames palabras que Velázquez acababa de pronunciar en presencia de la gente: «¡Me carga! ¡Me sofoca! ¡La he recogido en medio de la calle!...» No quiso entrar en la tienda en tal estado de agitación, por si había gente dentro: cruzó el paseo y se arrimó al pretil de la muralla.

El horizonte le parece estrecho cuando tiene que renunciar a satisfacer aquella amiga tiránica; la atmósfera de la existencia rutinaria, tranquila, de esos mil encantos de la vida burguesa, lo sofoca: sueña despierto con países exóticos, con líneas, con colores locales, con costumbres que desaparecen, con ciudades que se transforman, ¡con el placer de recorrer el mundo observando, analizando y comparando!

MÁXIMO. , lo soy. Usted a todos nos enloquece. Sin darme cuenta de ello, he atropellado a un ser débil y mezquino, incapaz de responder a la fuerza con la fuerza. Con la fuerza respondo. MÁXIMO. ¿Que puede más? PANTOJA. La ira te sofoca, el orgullo te ciega. Yo, maltratado y escarnecido, recobro fácilmente la serenidad; no: tiemblas, Máximo; , que eres la fuerza, tiemblas.

El más duro para resistir a la desgracia, fue quien más perdía con ella: el mismo Pepe, que, así como no dio importancia al sacrificio, no se entregó tampoco a esa resignación callada y triste, cuyo silencio sofoca el dolor sin mitigarlo. Su carácter varió algo, sin que él se diera cuenta, mas no llegó a sufrir una verdadera trasformación.

El amante de María la comedianta y Margarita la monja, sin ser hombre de mala índole, fue detestable rey: nacido acaso para que en él se mostrase de qué modo ciertas instituciones tuercen y bastardean la condición humana; porque así como las alturas de la Naturaleza causan el vértigo, en las cumbres sociales la tentación triunfa de la voluntad y la lisonja sofoca la virtud.