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¿Pero está usted acatarrado, padre? preguntaron a la vez muchas señoras. Un poquito nada más respondió el sacerdote sonriendo dulcemente. Un poquito, no; bastante. Ayer no cesaba usted de toser en San José dijo la marquesa. Y se puso a dar cuenta de la dolencia del padre con solicitud y minuciosidad, no omitiendo ningún pormenor que pudiese contribuir a esclarecer tan importante punto.
Pues yo no me aburro jamás sino cuando estoy acatarrado y el médico me obliga a sudar en la cama dijo Narciso Luna: y la frase fue celebrada por su amiga la de Peñarrubia. Llámese usted un hombre excepcional dijo Tristán dirigiéndole una mirada de desdén , porque la vida, para la casi totalidad de los humanos, oscila siempre entre la pena y el aburrimiento.
Y el buen caballero solía responderle, pensando en el crimen que acababa de leer: Tienes razón, camarada; yo, en tu caso, es posible que lo hiciera. Por nada en el mundo dejaría don Melchor de dar sus paseos matutinos, vespertinos y nocturnos por la punta del Peón. En vida de su mujer, cuando estaba acatarrado, veíase precisado a prescindir de estas visitas, y era lo que más le atormentaba.
El joven del pelo por la frente inició la idea de que cantase don Serapio, y recorrió los diversos grupos del salón haciendo propaganda instantánea y satisfactoria de tan feliz pensamiento. Sí, sí, que cante don Serapio. Que cante don Serapio, que cante don Serapio. ¡Señores, por Dios! Estoy sumamente acatarrado. Mil gracias, señoras, mil gracias.
Los labios gruesos y sinuosos y manchados por el zumo del cigarro puro que traía apagado y mordía paseándolo de un ángulo a otro de la boca sin cesar. Podría tener unos sesenta años, más bien más que menos. Venía envuelto en un magnífico gabán de pieles que no había querido quitarse a la entrada por hallarse acatarrado.
Mientras en su casa se llegaba a juzgar a la marquesa de Montálvez con el mismo criterio bondadoso con que ellos dos acababan de juzgarla, ¡que ya era esperar!, ¿qué hacía el novio de Luz? ¿Continuar acatarrado? ¿Visitarla como antes? Y en este caso, ¿la hablaba o no del punto que quedó pendiente la última vez que se habían visto?
Dioles mucha risa y, apartándose, ya estaban juntos hasta ciento. Comenzaron a escarrar y tocar al arma y en las toses y abrir y cerrar de las bocas, vi que se me aparejaban gargajos. En esto, un manchegazo acatarrado hízome alarde de uno terrible, diciendo: -Esto hago. Yo entonces, que me vi perdido, dije: ¡Juro a Dios que ma...!
Belarmino creyó estar soñando. ¿Era aquélla la voz de un ángel acatarrado? ¿No hay cristiano o alma humana en este recinto? volvió a hablar la voz de flautín, sonando siempre al nivel del cielo raso. Oyéronse a continuación unas palmadas retumbantes, como el tableteo de un trueno. Belarmino, ¿estás ahí? rugió Xuantipa, desde las habitaciones interiores.
Aprovechando un momento en que Velázquez vino á ofrecerle una caña, le dijo por lo bajo: Pero, vamos á ver, hijo, ¿por qué haces esta locura? ¿Qué te faltaba á ti en Cádiz? ¿No tienes salud? ¿no tienes dinero?... ¿Qué demonio vas buscando en esas tierras donde si no le meriendan á uno los salvajes se lo comen crudo los mosquitos?... Que has tenido algunos disgustillos con las mujeres, ¿y qué? ¿Es razón para que un mozo valiente y noble de too su cuerpo se quite del medio? ¿Dónde hay palmito que se pueda comparar con unas botellas de amontillado, bebidas en compañía de cuatro amigos, y unas aceitunitas aliñás?... Me lo dijo hace tiempo un vista de la aduana que había estado muchos años en Puerto-Rico, un tío muy ilustrado, capaz de beberse el golfo de Méjico: «Desengáñate, Rafael, las mujeres no sirven más que para enfriar el caldo cuando uno está acatarrado y no puede sacar los brazos de la cama».
No quisiera equivocarme; pero me parece que todo aquel judaísmo de mi amigo era pura fluxión de su acatarrado cerebro, el cual eliminaba aquellas enfadosas materias como otras muchas, según el tiempo y las circunstancias.
Palabra del Dia
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