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Mientras uno es joven una mujer de veinticinco años le hace feliz. Cuando lleguemos a viejos acaso una botella de Jerez de igual edad nos haga el mismo efecto. Pero oye dijo una de las chicas del Real-Saludo al oído de su hermana , ¿Narciso Luna es joven? Naturalmente respondió la otra . ¿No has oído que Marcela Peñarrubia tiene veinticinco años?

Marcela Peñarrubia no pertenecía a ninguna de las tres categorías. Su esfera de dominación no salía del noble recinto de la poesía. Sus aristocráticas amigas sabían que nada lograba halagarla más que pedirle el recitado de alguna composición romántica y se lo pedían por darle gusto, aunque ellas no lo sintiesen muy vivo.

Hasta entonces no había dormido nunca allá, pero como necesitase hacer una larga excursión al monte, determinó quedarse aquella noche y regresar al día siguiente. A las ocho en punto se detenía la berlina de Elena delante de una casa de la calle de Serrano donde vivía la de Peñarrubia.

En el segundo debemos esforzarnos por reír... siquiera para no perder el dinero de la localidad. ¿Y nuestro anfitrión, el hombre cuya unión feliz celebramos hoy, qué piensa de la vida? dijo la de Peñarrubia dirigiéndose a Reynoso. Como he tenido que luchar con ella casi desde niño la respeto y la honro como hacen los viejos combatientes.

A pesar de todo, Núñez, siempre audaz, quiso de nuevo acercarse a ella, pero se vio inmediatamente defraudado, porque la dama no volvió a separarse un instante de la condesa de Peñarrubia, con quien trabó conversación animada. Esta le había propuesto tutearse: entre jóvenes no hay nada más grato ni que inspire más confianza.

Entonces, sin darse cuenta cabal de lo que aquello significaba, pero entendiendo vagamente, quedó un instante suspenso con sus grandes ojos azules muy abiertos. Y ya no volvió a coger más flores. Mientras tanto la condesa de Peñarrubia, sentada cerca de la fuente, hacía las delicias de los excursionistas recitando con alta declamación La siesta, de Zorrilla.

A las dos les acometió una risa tan loca que los ojos de todos se volvieron hacia ellas. La de Peñarrubia, que sospechó que ella era la causa, les clavó una larga y fría mirada. Pero las chicas no podían reprimirse... ¡no podían...! ¡vamos, que no podían!

Tristán no quiso ir al teatro a primera hora: se reservaba conocer el éxito del primer acto para salir de casa. Clara le acompañaba, resuelta a no participar de las emociones del estreno. Si la obra tenía buen éxito ya la vería al día siguiente. En cambio Elena y la condesa de Peñarrubia, que eran ya íntimas amigas, se acomodaron en dos butacas a primera hora.

Tiene usted razón; no hay nada más estúpido que fiscalizar el trabajo de los artistas. Alegrémonos del resultado de sus esfuerzos cuando nos lo ofrecen y no les persigamos con nuestras prisas. La de Peñarrubia frisaba ya, como sabemos, en los cuarenta. Fisonomía bastante ajada, aunque no desprovista de belleza; pintado el rostro y teñidos de rubio los cabellos.

Cuando la alzaron y la transportaron a la cama se le declaró una violenta fiebre que la tuvo postrada muchos días y amenazó su vida. Durante su enfermedad ni Clara ni Tristán ni Visita parecieron por su casa. Sólo Marcela Peñarrubia la veló como una hermana cariñosa.