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Salomé era un tipo enteramente contrario. Así como la figura de Paz no tenía nada de aristocrático, la de ésta era de esas que la rutina ó la moda califican, cuando son bellas, de aristocráticas. Era alta y flaca, flaca como un espectro.

Y la anchura y la rectitud de su frente revelaban poco común inteligencia. Se notaba en todo su aspecto un no qué de bondadoso, de simpático y de egregiamente distinguido. Sus manos sin guantes, aunque fuertes y varoniles, eran aristocráticas, muy cuidadas y bonitas, con dedos afilados en la extremidad y encanutadas las uñas, en vez de ser cortas y chatas.

Era una figura airosa, pero de movimientos lánguidos, como de gata friolera, y actitudes sobriamente voluptuosas, como de estatua griega; el traje más modesto realzaba mejor su hermosura, y con un vestido completamente negro, un grueso ramo de amarillentas rosas en el entreabierto escote, sencillamente recogido el pelo, libres de pendientes las diminutas orejas, y sin guantes las aristocráticas manos, no había hombre capaz de contemplarla un segundo sin darse la enhorabuena por haber nacido.

La sociedad americana de Londres, tan favorablemente acogida por la gentry como la de París por el gran mundo, rivaliza en lujo con las familias más aristocráticas de Inglaterra y tira el dinero por la ventana con más fastuoso abandono todavía que en París.

Luego su amistad con el torero que hemos mencionado; las relaciones que mantuvo después con algunos señoritos cultivadores del género; los teatros por horas, donde se copian, no sin gracia, las costumbres de la plebe madrileña; la amistad con Pepa Frías y otras aristocráticas manolas fueron iniciándola poco a poco y la introdujeron al cabo en pleno flamenquismo.

El señor de Brenay, que no parece más que raras veces por su salón, estaba paseándose con agitación febril que sacudía con bruscos movimientos sus bigotes largos y retorcidos. La de Brenay, desplomada en una butaca, parecía aniquilada y olvidaba por completo el cuidado de conservar sus maneras aristocráticas. Petra, muy encarnada y como vergonzosa, estaba mordiendo rabiosamente el pañuelo.

Marcela Peñarrubia no pertenecía a ninguna de las tres categorías. Su esfera de dominación no salía del noble recinto de la poesía. Sus aristocráticas amigas sabían que nada lograba halagarla más que pedirle el recitado de alguna composición romántica y se lo pedían por darle gusto, aunque ellas no lo sintiesen muy vivo.

Los estudios no son allí malos y la admisión de pensionistas se hace con menos pretensiones aristocráticas que en el Sagrado Corazón, por ejemplo. Elena, por otra parte, está delicada desde ayer, y el médico ha aconsejado que se le haga guardar cama. Es, sin duda, la consecuencia del cambio de aire y de vida.

Hacer el bien sin molestarse, es una de las formas más simpáticas del egoísmo. La salvación del duque no era, sin embargo, cosa fácil. El barón no la habría logrado jamás sin un auxilio poderoso, la vanidad, que aun sobrenadaba un poco en aquel triste naufragio de todas las virtudes aristocráticas; el señor de Sanglié le asió por ella como se coge por los cabellos al hombre que se ahoga.

Los jardines privados de Londres en las casas aristocráticas son numerosísimos y espléndidos. Y fuera de Lóndres, en Richemond, Windsor y otros lugares pintorescos tienen una magnificencia afamada. No hablaré sino de los que conocí personalmente, el Zoológico y el Botánico, que ocupan el parque vastísimo del Regente en el Oeste de Lóndres.