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Cuando mi hermano se fue al colegio de artillería, yo no pensé más que en dar gusto a papá, y en que se notase poco la falta de la pobre mamá.... Mis hermanas preferían ir a paseo, porque, como son bonitas, les gustaban las diversiones. A me llamaban feúcha y bizca, y me aseguraban que no encontraría marido. ¡Ojalá! exclamó Julián sin poder reprimirse. Yo me reía. ¿Para qué necesitaba casarme?

Durante un rato largo pudo conseguir reprimirse, haciendo para ello titánicos esfuerzos. Enrique tenía fijos en él sus ojazos saltones cargados de ira, adivinando perfectamente lo que le andaba por dentro. Si levantaba la vista y veía aquel rostro mocoso, más feo aún por la cólera, estaba perdido.

Al fin una, más habladora y peor intencionada que las otras, se lo comunicó bruscamente: mi niña recibió un fuerte golpe en el corazón; pero trató de reprimirse, porque le daba vergüenza estallar en sollozos delante de sus compañeras: este esfuerzo sobre misma le costó caro, porque al poco rato se sintió mal y hubo que desabrocharle a toda prisa el vestido, para que no se ahogase.

Y sin acertar a reprimirse, estrechó a la joven entre sus brazos brutalmente, aplicó los labios ardorosos a su mejilla y con voz trémula le dijo: Dame una prueba de que me quieres... dame una prueba. Rosa hizo esfuerzos desesperados para desasirse. Al cabo lo consiguió arrojándole, con un empellón, de espaldas sobre la yerba, inerte, sin aliento.

La disputa duró más de dos horas. Maza procuraba reprimirse porque don Rosendo era un caballero de más edad y le debía quince mil reales. El fundador del Faro, por razones de prudencia, tampoco se atrevía a soltar enteramente la lengua. Sin embargo, al cabo, en mejores o peores términos, todo se dijo para edificación de los notables, que se dividieron en favor y en pro de los contendientes.

¡Ah! ¿No la has entendido? Pues entonces hay que convenir en que estaba demasiado bien dorada la píldora. No necesitabas tanto. Será porque yo no entienda tanto de píldoras como . Elena se puso roja. Aquella alusión a su nacimiento la hirió en lo más vivo. Hizo un esfuerzo para reprimirse y dijo con calma: Nuestras relaciones, Gustavo, no pueden ni deben continuar.

A las dos les acometió una risa tan loca que los ojos de todos se volvieron hacia ellas. La de Peñarrubia, que sospechó que ella era la causa, les clavó una larga y fría mirada. Pero las chicas no podían reprimirse... ¡no podían...! ¡vamos, que no podían!

Gil estaba fuertemente conmovido; el corazón le saltaba dentro del pecho. Sentía impulsos de romper en sollozos: procuraba, no obstante, con esfuerzo reprimirse, y esto le causaba malestar. Aquellas muestras de veneración, aunque representaban una ceremonia usual, le avergonzaban.

Dentro de la iglesia á duras penas pudo reprimirse; pero debajo de la bóveda del cielo no fué posible contener su manifestación, más grandiosa que los rugidos del huracán, del trueno ó del mar, en aquella potente oleada de tantas voces reunidas en una gran voz por el impulso universal que de muchos corazones forma uno solo.

¡Vamos, Enrique! exclamó doña Martina, procurando reprimirse. ¿Y por qué no le pegan a Miguel que hizo más que yo, recontra? gritó con furor. ¡Vamos, Enrique! volvió a exclamar doña Martina. ¡Tengamos la fiesta en paz!