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¡Juaniyo!... ¡Juan! ¿No me conoses?... Soy la Caracola, la señá Dolores, la mare del probesito Lechuguero. Gallardo sonrió a la vieja, negruzca, pequeña y arrugada, con unos ojos intensos de brasa, ojos de bruja, habladora y vehemente. Al mismo tiempo, adivinando la finalidad de toda su palabrería, se llevó una mano al chaleco.

Estaba muy habladora su querida mujercita. Le recordó mil episodios de la vida conyugal siempre tranquila y armoniosa. ¿No quisieras tener un hijo, Víctor? preguntó la esposa apoyando la cabeza en el pecho del marido. ¡Con mil amores! contestó el ex-regente buscando en su corazón la fibra del amor paternal.

Tanto charló aquel hombre, que Fortunata, después de haberle rogado para que entrara, le tuvo que echar con buen modo: «Pero don Plácido, mire que se le va a hacer tarde...». ¡Ah!, ... ¡la culpa la tiene usted que es lo más habladora...! Abur, abur... Fortunata no salía nunca a la calle. Ella misma se arreglaba su comida, y Segunda, que tenía puesto en la plazuela, le traía la compra.

También se diferenciaban notablemente en el humor. Ángela era desdeñosa, irascible, absolutamente incapaz de enternecerse, amiga de los placeres de la mesa sobre todos los demás. Lucía era romántica, llorona, con ribetes de literata, amiga de contar los sueños y los presentimientos, muy habladora, astuta y zahorí para explicar los misterios y laberintos del corazón; apenas comía.

Cuando entró con su padre, don Alejandro y su amigo el comandante discutían sobre unas noticias políticas que el primero acababa de leer en los periódicos, y Nieves, sentada en el balcón, se adormecía al arrullo de las lejanas rompientes de la mar... Leto, que cabalmente flaqueaba por el lado de la travesura para entretener a las mujeres, y aquella noche mucho más, iba y venía de la sala al balcón y del balcón a la sala, pescando aquí dos palabras y dirigiendo allá otras dos a Nieves que estaba muy poco habladora.

Y, apartándose don Antonio de la cabeza, dijo: -Esto me basta para darme a entender que no fui engañado del que te me vendió, ¡cabeza sabia, cabeza habladora, cabeza respondona y admirable cabeza! Llegue otro y pregúntele lo que quisiere.

Todo lo contrario, señora; así se me ofrecerá la ocasión de darme más exacta cuenta de la fisonomía. ¡Tanto mejor!... soy por naturaleza muy habladora... ¿no es verdad, Beatriz? Yo no me quejo, señora dijo Beatriz sonriendo débilmente. ¿Ve usted, señor? no se queja pero asiente. El piafar de los caballos acompañado de un tumulto de risas y de voces anunció que la cabalgata estaba de vuelta.

Aquí, abuelita, aquí respondió la niña saliendo de la estancia de su madre. Era una criatura que aun no había cumplido los tres años, rubia como el oro, tan habladora y espontánea, que ejercía sobre la abuela verdadera fascinación.

¿Por qué os tratáis con gente tan habladora? dijo ; pero nada importa que yo lo haya oído, porque ya sabía yo que conspirábais: ignoraba, en verdad, que tuviéseis vuestros espías tan cerca del rey. Y es un buen hombre ese Alonso del Camino. Me habéis dicho contestó el padre Aliaga, como si nada le hubiese hablado el bufón que si voy á palacio me mostraríais á esa Dorotea.

Y lo pensaba como lo decía. Todas las noches antes de dormir se daba un atracón de honra a la antigua, como él decía; honra habladora, así con la espada como con la discreta lengua. Quintanar manejaba el florete, la espada española, la daga. Esta afición le había venido de su pasión por el teatro. Cuando trabajaba como aficionado, había comprendido en los numerosos duelos que tuvo en escena la necesidad de la esgrima, y con tal calor lo tomó, y tal disposición natural tenía, que llegó a ser poco menos que un maestro. Por supuesto, no entraba en sus planes matar a nadie; era un espadachín lírico. Pero su mayor habilidad estaba en el manejo de la pistola; encendía un fósforo con una bala a veinticinco pasos, mataba un mosquito a treinta y se lucía con otros ejercicios por el estilo. Pero no era jactancioso. Estimaba en poco su destreza; casi nadie sabía de ella. Lo principal era tener aquella sublime idea del honor, tan propia para redondillas y hasta sonetos.