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Cuando yo le hablo del asunto mueve la cabeza con incredulidad. «Pero si todo el mundo lo dice», agrego yo. Y él responde: «En nuestro país, todo el mundo es el Presidente». Y no dice más. Se encierra y se pone a leer unos libros muy grandes en que hay pintadas plantas de trigo y de maíz, ovejas, vacas y caballos, arados y máquinas. Bueno, Marianela, me voy.

Hemos cargado sobre vuestras espaldas las más pesadas piedras para construir nuestras fortalezas y nuestras prisiones subterráneas... Os hemos uncido a nuestros arados y habéis sido para nosotros lo que la paja para el huracán... ¡Acuérdate, acuérdate, triboque, y tiembla! Me acuerdo muy bien dijo Hullin sin dejar de reír ; pero nosotros hemos tomado el desquite... ¿No es verdad?

Con gradas, azadones y arados revolvíase aquel suelo movedizo, y cuantos más insectos se mataba más había. Rebullíanse por capas, con sus altas patas enredadas unas en otras; los de encima saltaban ágilmente para salvarse, agarrándose a los belfos de los caballos enganchados para esa extraña labor.

La llanura desnuda y severa no tenía ya ni una pizca de rastrojo seco que recordara el verano ni el otoño y no mostraba ni una sola hierba nueva que hiciera esperar la vuelta de las estaciones fértiles. En la lejanía distinguíanse muchas parejas de bueyes de pelo bermejo, arrastrando los arados, hundidos en la tierra negruzca, con movimiento lentamente uniforme.

Hecho esto, dispuso que se proveyesen de arados y otros instrumentos agrícolas para cultivar los campos, haciendo al propio tiempo algaras y correrías por los pueblos aledaños, saqueando, devastando, y llevando prisioneros al campamento á cuantos cristianos cayesen en sus manos. Los que sufrian esta suerte eran inmediatamente decapitados, y sus cadáveres arrojados á la entrada del desfiladero.

Cerca está la historia entera del cultivo del campo, en modelos de realce, y en cuadros y libros; y un pabellón de arados de acero relucientes; y una colmena de abejas de miel, junto al moral de hoja velluda en que se cría el gusano de seda; y los semilleros de peces, que nacen de los huevos presos en cajones de agua, y luego salen a crecer a miles por la mar y los ríos Los más admirados son los que vienen de ver las cuarenta y tres Habitaciones del Hombre.

Viejas trompas se limpian de su herrumbre de siglos, viejas arcas se abren, donde el tiempo juntara en revueltas marañas, con provectos armiños las guedejas doradas de infantiles cabezas; los aceros de guerra, en el ignoto crisol del Amor, hoy se funden para hacer los arados que abrirán las entrañas de la fértil llanura, y al llover el sudor de las frentes hermanas, granarán las espigas de los trigos del Mundo que serán los de Hispania...!

Eran los primeros con el azadón en la mano á romper la tierra, á manejar los arados y á hacer todo lo demás que es necesario en la labor de los campos para adiestrarlos á hacer lo mismo.

Y el vehículo salió del camino, hundiendo sus ruedas en la tierra removida, teniendo que hacer grandes rodeos para evitar los sepulcros esparcidos caprichosamente por los azares del combate. Casi todos los campos estaban arados. El trabajo del hombre se extendía de tumba en tumba, haciéndose más visible así como la mañana iba repeliendo su envoltura de nieblas.

Púsose luego á enseñar á los indios todos los oficios mecánicos, á desmontar los bosques, á labrar la tierra y á manejar los arados para cultivarla; con los enfermos, viejos y estropeados, tenía entrañas y ternura de madre; no había cosa que por ellos no hiciese; con los bárbaros que se convertían de nuevo, se deshacía en afectos de caridad, no sabía apartarse de su lado, parecía que se los quería meter dentro del corazón; y por bárbaros que fuesen, no dejaba de hacer con ellos semejantes demostraciones, no mirando en ellos lo que parecían en el exterior, sino el valor de sus almas, compradas por el Redentor con el precio de toda su sangre.