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Excuso decirte que me produjo la más viva alegría el saber que el Cielo ha protegido su existencia en medio de los funestos acontecimientos que le han arrebatado a todos los suyos. Eudoxia de Valency es de una estatura elevada y bien proporcionada; su porte es majestuoso, pero no exento de afectación. Sus facciones tienen una expresión notable, pero me parecen algo estudiadas.

6 de mayo. Las conveniencias sociales me prescriben ver, al menos, a Eudoxia. El corazón me lleva hacia su tía. Las he visto. He visto a Adela también. ¡Qué digo, ay! no he visto más que a Adela.

¡De qué peso no libró a mi pecho aquella explicación! Todos estaban emocionados, cohibidos; mi madre, el señor de Montbreuse, Eudoxia misma, guardaban un silencio respetuoso. Tal es el imperio de la bondad y de la inocencia. No había ni una de aquellas almas soberbias que no se humillase involuntariamente ante aquella joven un momento antes despreciada.

Tengo en singular estima la perfección, pero ésta carece para de ese atractivo que se apodera del corazón y que mi corazón necesita experimentar. Cualquiera que sea el mérito del señor Montbreuse, se pretende que había tenido la dicha, por un momento, de ocupar los nobles pensamientos de Eudoxia; dos almas tan solemnes eran dignas de aproximarse.

Es probable que estos razonamientos hayan parecido totalmente indignos de contestación al señor de Montbreuse, porque se ha contentado con mirarme severamente sin hablarme, al mismo tiempo que dirigía a Eudoxia una mirada de inteligencia en la que me ha parecido descubrir no qué de desprecio y de amargura.

Viniendo al hecho te diré que mi juicio sobre este héroe imaginario había sido para la brillante Eudoxia un motivo inagotable de ironías, mientras que el título de la novela excitaba cada vez más la curiosidad de Adela, y aunque bien convencido de que nada hay más pernicioso para la curiosidad de una joven cuya sensibilidad comienza a desarrollarse que la lectura de una obra de ese género, y sabes , además, que no entra en mi manera de ser calcular el efecto que podría producir sobre un alma ingenua y tierna ¡combinación cobarde y odiosa cuya sola idea me subleva! no he podido negarme a dejarle ese libro; ¡tanto es el poder que ejerce sobre mi voluntad el menor de sus deseos!

Y dígase lo que se quiera, Eudoxia no tiene nada que reprocharse; yo admito que es perfectamente bella; dudo de que se pueda tener más talento; quiero creer, con todo el mundo, que es difícil practicar la virtud de una manera más exacta y más severa; pero tiene una clase de virtud, una clase de talento y una clase de belleza, que nunca serán de mi agrado. 29 de abril.

El señor de Seligny razona de estas cosas con un sentido recto y justo, y sus opiniones han rectificado singularmente las mías sobre muchos hechos acerca de los cuales algún día tendré ocasión de hablarte. Al pasar por delante del castillo de Eudoxia me he abalanzado a la ventanilla para ver la ventana de la habitación de Adela, en el ángulo del edificio.

No, no compraré mi dicha, y estoy seguro de que la Eudoxia no me haría dichoso; no compraré con mi tranquilidad, con mi libertad, con la incertidumbre deliciosa de mis esperanzas, el ridículo honor de asociar mi nombre al de una mujer a la que no puedo amar.

No obstante, el juicio que he formado de la joven Eudoxia después de un cuarto de hora de conversación vaga, de relaciones insignificantes, en medio de las conveniencias embarazosas y del temor de una primera visita, podría ser también el efecto de una prevención mal fundada. ¡Soy tan propenso a dejarme sorprender por no qué apariencias de simpatía ridícula o de antipatía injusta! pero yo ahora te hablo con arreglo a mi pensamiento.