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He aquí lo que me han dicho en el castillo de Valency; ¿por qué no habría de comunicártelo fríamente?... La tal Adela me ha engañado; así, al menos, me lo han dicho. ¡Desgraciado de ! Es imposible dudarlo, pero también buscarías algunos razonamientos para no creerlo.

Si de cuando en cuando me atrevo a razonar, el minuto que sigue me desilusiona y estoy como un alma en pena suspendida por los espíritus malignos entre un cielo y un infierno. Yo había acompañado a mi madre al castillo de Valency, donde debíamos encontrar la sociedad acostumbrada, y, por consiguiente, al señor de Montbreuse, cuyas asiduidades tienen, quizás, algo de notable.

Yo daría inmediatamente una buena parte de mi vida por estar persuadido de que no hay ninguna mujer que lea a Condillac, como estoy convencido de que no hay ninguna que lo entienda; y creo que no faltaba más que esto para indisponerme irrevocablemente con todo el sexo. Mi madre ha notado que la señorita de Valency ha cambiado de departamento; y nunca adivinarás la razón.

Cuando regresaba al castillo de Valency, la vi que se dirigía lentamente hacia el vestíbulo, por el lado de la escalera que conduce a su habitación. Corrí hacia ella y, asiéndola bruscamente de un brazo, la arrastré, sin decirle ni una palabra, hasta el salón donde aún estaban todos reunidos.

Yo veía que ella se esforzaba en demostrarme que estaba mejor para causarme menos pena. Me retiré muy emocionado. He de confesarte que la señorita de Valency no gana nada al compararla con una mujer semejante.

Perdóname si, con la sencillez de sus palabras, no he tenido la dicha de conservar su gracia natural y esa efusión tan fácil y tan conmovedora de sentimientos que le presta el encanto más atractivo. Hay cosas que no se pueden expresar. « Mi padre me dijo Adela nació en Valency, de una familia de labradores muy ricos.

Excuso decirte que me produjo la más viva alegría el saber que el Cielo ha protegido su existencia en medio de los funestos acontecimientos que le han arrebatado a todos los suyos. Eudoxia de Valency es de una estatura elevada y bien proporcionada; su porte es majestuoso, pero no exento de afectación. Sus facciones tienen una expresión notable, pero me parecen algo estudiadas.

Como yo había ido en el carruaje de la señorita de Valency, he vuelto a casa a pie a través del bosque, que es magnífico y en plena vegetación. La tarde era de una serenidad deliciosa y la puesta del sol de una pureza y de una luminosidad incomparables. Prestigios encantadores que se sucedían en mi espíritu como las ideas de un hermoso sueño, sumían mis sentidos en el más dulce bienestar.

Hoy, cuando ya empezaba a impacientarme de la tardanza de Adela en pasar por el bosque, y recorría agitadamente el sendero que conduce a Valency, la he visto venir con el aire preocupado, la cabeza inclinada y el libro en la mano.

Los Valency son menos ricos que yo; Eudoxia es menos rica que yo; pero es noble como mi madre y piensa como ella. El resto ya puedes adivinarlo. Todo esto me ha producido una sorpresa tan viva y tan dolorosa, que he tardado mucho tiempo en buscar una idea, y más aún en encontrar una expresión.