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Y en cambio reclamaré que se me enseñe el escrito en que me acusa. Escuche usted. No quiero olvidar que he sido su amiga. Más le vale á usted confesar francamente lo que tiene que reprocharse, que insistir en negar contra toda evidencia. Se pierde usted, se lo juro... Esa mujer no miente cuando se acusa... Ni Tragomer, ni Marenval, ni Freneuse mienten...

Y dígase lo que se quiera, Eudoxia no tiene nada que reprocharse; yo admito que es perfectamente bella; dudo de que se pueda tener más talento; quiero creer, con todo el mundo, que es difícil practicar la virtud de una manera más exacta y más severa; pero tiene una clase de virtud, una clase de talento y una clase de belleza, que nunca serán de mi agrado. 29 de abril.

Esta trascendental confidencia le fue arrancada por necesidad tan imperiosa que nada podía reprocharse en su fuero interno, no pudiendo caber duda alguna acerca de que el primero de sus deberes fuese evitar a cualquier costa y ante todo el peligro de un sangriento conflicto personal entre Pierrepont y Fabrice; pero no por eso deploraba menos haberse visto reducida a tan apremiante extremidad sin que pudiera ocultarse a su buen juicio que la fuerza de las circunstancias iban a poner a Beatriz, para el futuro, en una situación por extremo delicada con respecto al hombre que se hallaba en posesión del secreto de aquélla.

Pasada cierta cifra, se cree libre de todos los deberes de la amistad; no tiene nada de qué reprocharse; ya no os debe nada; tiene el derecho de desviar la vista cuando os encuentra y de negaros la entrada cuando llamáis a su puerta. Las amigas de la duquesa se habían ido apartando de ella una después de otra.

Restaba que los interesados ratificasen este proyecto; miss Nicholson hallábase conforme de antemano, pero era necesario vencer la doble oposición del marqués y de Beatriz, oposición tanto más insuperable cuanto que podía apoyarse en razones especiales; nada tenían que reprocharse; manteníanse escrupulosamente en los límites de la honrada amistad que la señora de Aymaret, la misma señora de Aymaret les había recomendado. ¿Por qué, pues, atormentarlos? ¿Por qué arrebatarles este inocente consuelo que venía a compensar un tanto sus pasados sufrimientos? ¿No acusarían a su amiga de gratuita y tiránica importunidad? ¿No corría el riesgo de enajenarse para siempre la preciosa afección de aquellos dos interesantes seres?

Sin duda, la naturaleza poco sensible del joven no lo incitaba a profundizar la pena que ella sentía, ante las fatalidades que amenazaban a los seres más caros a su corazón. Pero ella misma ¿no tenía algo que reprocharse? ¿Se había confiado a él como a un amigo y protector, en quien se busca amparo y consuelo en el dolor?

La catástrofe final llegó a producir un movimiento de opinión favorable a la reputación de la señora de Maurescamp; había, entre la crueldad de aquel desenlace y las ligeras imprudencias de conducta que podían reprocharse a Juana y al señor de Lerne, una desproporción tal, que se impuso a todos y desarmó a la calumnia.