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La señora estaba servida, mereciendo él la corona triunfal de los Juegos Hípicos. Currita encontró enfilados a la puerta de su casa tres coches, reconociendo al punto en uno de los cocheros la escarapela encarnada, propia de los ministros. Apeóse entonces en las mismas caballerizas, y por una escalera reservada para el uso de la servidumbre llegó a sus habitaciones sin ser vista de nadie.

Pero es condición precisa que lleves dos camelias también en la mano, una blanca y otra encarnada: si te gusto, deja caer la encarnada y quédate con la blanca; si no, haz lo contrario. Convenido. Hasta mañana, pues; adiós, adiós hermosa Lucía... Voy a pedir al cielo que seque esta noche todas las camelias encarnadas.

Entonces Pepe Vera, con una espada y una capa encarnada en la mano izquierda, se encaminó hacia el palco del Ayuntamiento. Paróse enfrente y saludó, en señal de pedir licencia para matar al toro. Pepe Vera había echado de ver la presencia del duque, cuya afición a la tauromaquia era conocida.

A Tristán le supo malísimamente aquella reunión y apenas pudo disimular su disgusto. Clara, que se daba cuenta de ello, tampoco pudo menos de turbarse y ponerse un poco encarnada. Siguieron el paseo hablando poco y deteniéndose a cortar las florecillas más vistosas para hacer un bouquet.

Vamos, juraría yo que ha conocido usted á algún muchachuelo ... Eso no tiene nada de particular, hija mía: para eso es la juventud. Eso no tiene nada de particular. ¡Bah! no se ponga usted encarnada. Por las llagas de Jesucristo, que no me enfado yo por eso ... no.

Ana dio un grito, tuvo miedo. Se le figuró que aquel sapo había estado oyéndola pensar y se burlaba de sus ilusiones. ¡Petra! ¡Petra! La doncella no respondía. El sapo la miraba con una impertinencia que le daba asco y un pavor tonto. Llegó Petra. Venía sudando, muy encarnada, con la respiración fatigosa. Le caían hasta los ojos rizos dorados y menudos.

Marchaba Flora encarnada y brillante como una rosa de Alejandría, marchaba Demetria blanca y esbelta como una azucena de Mayo. Cierro los ojos, miro hacia adentro y aún os veo cruzar por delante de mi casa llenas de atractivos como dos estrellas descendidas de la región azul del firmamento para iluminar mi valle natal.

Al cabo creyó sentir ruido de pasos en el corredor, y poniéndose encarnada a la idea de que pudieran sorprenderla en aquella actitud, se alzó vivamente de la silla, y salió de la estancia sobre la punta de los pies. Gonzalo, en cuanto estuvo convaleciente, quiso trasladarse a Tejada. Le acompañó toda la familia, excepto don Rosendo. Corría el mes de octubre.

Y el joven, conmovido con sus propias palabras, sollozando perdidamente, cubrió de besos y lágrimas la mano que tenía cogida. Cecilia se puso fuertemente encarnada primero; después pálida, y dijo en tono que resultó un poco seco: Deja, deja. Retirando al mismo tiempo la mano con presteza.

Estos místicos a la española, de un misticismo orgulloso y dominador, en vez de elevar los ojos al cielo para dejarse absorber por su grandeza, tiraban del cielo y lo hacían bajar hasta ellos, viendo en cada acto de su energía individual una chispa de la voluntad de Dios encarnada en sus personas.