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Yo imaginaba... ¡loco desvarío! que acaso un tiempo fuera tan dichoso que junto á la viera unida en santo lazo, y me forjaba verla en mi hogar, partiendo mi destino, que mi nombre sus labios bendecian, que «hija mia» mi madre la llamaba, y que «madre» mis hijos la decian... . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . ¿Lloras? Tu corazon he destrozado... ¡Si supieras lo que yo he llorado!...

Llegaron con igual ánimo á envestirse los escuadrones, y en breve espacio se mostró claramente, que el valor es el que da las victorias, y no la multitud, porque los nuestros quedaron vencedores siendo pocos, y los Griegos rotos y degollados, siendo muchos. Calo Juan escapó con la vida, y llegó á Constantinopla destrozado.

Aquí tienes, hija mía dijo mi madre, el hombre sensible como dicen las gentes. ¡Insensato, le llamo yo, cuya enfermedad cerebral le ha destrozado el corazón! Si el genio no es acompañado del buen sentido, no es genio, es locura; buena prueba de ello son el Tasso y Rousseau. Si Dios nos envía el genio, bien venido sea, pero una madre solamente debe desear para sus hijos el buen sentido.

Pero el brazo derecho del jinete, destrozado por una bala, colgaba inerte a su lado. Sin disminuir la velocidad, cambió las riendas a su mano izquierda. Algunos momentos más tarde viose obligado a parar y a apretar la cincha, que, mal asegurada, podía estúpidamente lograr lo que no habían conseguido el peligro ni el ataque. Esta operación requirió unos minutos de suprema angustia.

A las ocho determinamos la marcha á pasar al campo del S de las sierras, para cuya comision destinaron al capitan D. Juan Antonio Hernandez, con 50 hombres y un vaqueano, quedando en el acampamento un piloto, para si quieren seguir la marcha, la que se efectuó hasta las diez y media, que hizo alto en un arroyo que sale de la Sierra de Cuello, habiendo caminado dos leguas por el OSO. En distancia de una y media leguas de este sitio al SE cuarta E, está una sierra chica, en la cual se halla un corral de piedra movediza, puesta á mano y sin mezcla alguna: su figura es cuadrada, con 60 varas de largo; las paredes de una vara de alto, y de grueso media, el cual se halla algo destrozado.

El Menut, con una fuerza nerviosa, jadeante el angosto pecho y trémulos los brazos, le había arrojado a la cabeza todo un montón de masa, y el mocetón, aturdido por el golpe, no sabía cómo despojarse de aquella máscara pegajosa y asfixiante. Le ayudaron los compañeros. El golpe le había destrozado la nariz, y un hilillo de sangre teñía la blanca pasta.

En realidad no lo vió, pues sólo tuvo ante sus ojos una bola de algodones y vendajes sobre una almohada; un fajamiento de momia, del que partían ronquidos de dolor y una mirada vidriosa y resignada. Le habían destrozado la mandíbula, señor; no podía hablar. El cráneo también lo tenía roto.... Y ya no le vi más.

Sin embargo, antes de ponerse el sol deslizóse furtivamente sin que nadie se percatase de su marcha y llegó hasta su finca de Cerezangos. Era una curiosidad insana la que le arrastraba hasta allí; un deseo de añadir más dolor á su dolor y encenagarse por completo en él. El hermoso, florido campo que tanto amaba había sido partido, destrozado.

No ha sido mi dignidad, mi orgullo destrozado lo que me ha hecho padecer... Mi corazón es el que ha sufrido... ¡Qué desconsuelo! ¡Qué tristeza tan honda!

Un gran pino, desbranchado por sus choques contra las piedras, rodaba pesadamente por el charco. Jóvenes y muy ignorantes aún de las cosas de la naturaleza, mirábamos con extrañesa los sobresaltos é inmersiones del destrozado árbol.