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Al eco de los pasos de éste respondía en los matorrales un rumor de medrosas carreras y chasquido de hojas, viéndose pasar entre mata y mata, con ciega velocidad, un bulto de pelos grises con la cola en forma de botón. La fuga de los conejos hacía correr a los lagartos de color de esmeralda tendidos perezosamente al sol.

Sus pasos sobre las losas del pavimento, separadas por hondas grietas cubiertas de hierba, despertaron todo un mundo animal que sesteaba al sol. Corrieron en todas direcciones los actuales habitantes de la ciudad: lagartos enormes con el dorso verde cubierto de negras verrugas. En su fuga chocaron ciegamente con los pies de los visitantes.

Pero ya que me enseña usted lo que ignoro, contésteme a una duda: ¿por qué tenemos nosotros en nuestras casas tantos papelotes llenos de garabatos, y por qué usamos esos escudos con sapos y culebras? El de mi casa tiene cuatro lagartos y un tablero de ajedrez con dos calderitos muy monos.

Había allí tal abundancia de ranas, lagartos, sapos, escuerzos y otras sabandijas, que era la tierra de promisión para aquel pájaro zancudo, el cual, por su gran tamaño y por la extraordinaria longitud de sus alas, cubiertas en los extremos de lustrosas y negras plumas, dejaba conocer que era del género masculino. Lo que Poldy no acertaba a determinar era si el pájaro estaba casado o soltero.

El jardín, encerrado entre tapias almenadas lindantes con la muralla de mar, estremecíase de la mañana a la noche bajo el estrépito de las detonaciones. Huían los pájaros con medroso aleteo; trepaban por los agrietados muros verdosos lagartos, ocultándose entre las capas de hiedra; trotaban los gatos por las avenidas con un galope de terror.

Formas á cual más caprichosas, combinaciones de piedras y y perlas imitando insectos de azulado lomo y élitros transparentes; el zafiro, la esmeralda, el rubí, la turquesa, el brillante, se asociaban para crear libélulas, mariposas, avispas, abejas, escarabajos, serpientes, lagartos, peces, flores, racimos, etc.: había peinetas en forma de diademas, gargantillas, collares de perlas y brillantes tan hermosos que varias dalagas no pudieron contener un ¡nakú! de admiracion y Sinang castañeteó con la lengua, por lo que su madre, Cpna.

En tanto que subíamos lentamente las interminables cuestas de este país, veíamos hormiguear sobre las calcinadas rocas legiones de pequeños lagartos con sus plateadas corazas, y oíamos el chirrido continuo de las aliagas que abrían al sol sus maduras frutas. En medio de una de estas laboriosas ascensiones una voz gritó repentinamente desde el borde del camino: ¡Deténganse si me hacen el favor!

Si no, dígame: ¿hay mayor contento que ver, como si dijésemos: aquí ahora se muestra delante de nosotros un gran lago de pez hirviendo a borbollones, y que andan nadando y cruzando por él muchas serpientes, culebras y lagartos, y otros muchos géneros de animales feroces y espantables, y que del medio del lago sale una voz tristísima que dice: '', caballero, quienquiera que seas, que el temeroso lago estás mirando, si quieres alcanzar el bien que debajo destas negras aguas se encubre, muestra el valor de tu fuerte pecho y arrójate en mitad de su negro y encendido licor; porque si así no lo haces, no serás digno de ver las altas maravillas que en encierran y contienen los siete castillos de las siete fadas que debajo desta negregura yacen? ¿Y que, apenas el caballero no ha acabado de oír la voz temerosa, cuando, sin entrar más en cuentas consigo, sin ponerse a considerar el peligro a que se pone, y aun sin despojarse de la pesadumbre de sus fuertes armas, encomendándose a Dios y a su señora, se arroja en mitad del bullente lago, y, cuando no se cata ni sabe dónde ha de parar, se halla entre unos floridos campos, con quien los Elíseos no tienen que ver en ninguna cosa?

Zumbaban los insectos sobre las inquietas crestas de la maleza; arrastrábanse los lagartos entre las piedras; sonaban a lo lejos las esquilas con acompañamiento de balidos, y de vez en cuando, al trotar el caballo de Rafael por unos caminos que nunca habían conocido la rueda, abríase en lo alto de un ribazo la cortina de matorrales, asomando los cuernos y el hocico babeante de una vaca o el testuz curioso de un ternero que parecía extrañar la presencia de un hombre que no fuese el pastor.

Eran á modo de juguetes mecánicos como los que había usado él siendo niño: leones, tigres, lagartos y aves de aspecto fatídico, con vistosos colores y ojos abultados. En el interior de estos automóviles iban sentadas otras personas diminutas, iguales á las que navegaban por el aire. Parecían venir de muy lejos, y la muchedumbre pedestre abría paso respetuosamente á sus vehículos.