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Las horas, pasan y las detonaciones resuenan monótonas en la linde del bosque. Como a mediodía le llega el turno a Juan. Tira... y marra el blanco, a pesar de las flores que Gertrudis le ha puesto en la carabina... «Flores que dan la suerte», había dicho ella; y Martín, que estaba presente, se había sonreído como se sonríe uno ante una tontería.

Luchando toda su vida contra infinitos obstáculos había logrado reunir un puñado de oro. Este oro le servía ahora para alimentar a algunos miles de obreros. Era su mayor satisfacción. En aquel instante, al destaparse algunas botellas de champagne, se oyeron en la mina algunas detonaciones estruendosas que hicieron empalidecer a los comensales.

Corrió el toro, sorprendido del ataque, acelerando su fuga, como si con ésta pudiera librarse del tormento, hasta que de pronto comenzaron a estallar en su cuello secas detonaciones semejantes a tiros de fusil, volando en torno de sus ojos las encendidas pavesas de papel.

No habían transcurrido aun 20 minutos y ya se sintieron en la vanguardia los primeros tiros con que una avanzada enemiga, compuesta de 15 hombres, recibía á los 10, que al mando del Teniente Llaca, marchaban. ¡Fuego por escuadras! oyóse decir en aquel mismo instante, y una serie repetida de detonaciones se sintieron enseguida. Aquella fué la señal.

Ella, tan pudorosa y tímida, mostraba en su agitación los mayores secretos de su desnudez, olvidada de todo, retorciéndose los brazos, llevándose las manos a la cabeza. «Habían matado a don Jaime: se lo anunciaba el corazón.» Y temblaba con el eco lejano de nuevos disparos. «Un verdadero rosario de tiros», según decía el Capellanet, había contestado a las dos primeras detonaciones.

Creyó ver gentes que se ocultaban detrás de un montón de mercancías al oír sus pasos. Luego sonaron tres detonaciones, tres tiros de revólver. Una bala silbó en uno de sus oídos. Y como yo no llevaba armas, corrí. Afortunadamente, fué cerca del buque, casi junto á la proa. Sólo tuve que dar unos cuantos saltos para meterme plancha adentro en el vapor... Y ya no dispararon más.

El jardín, encerrado entre tapias almenadas lindantes con la muralla de mar, estremecíase de la mañana a la noche bajo el estrépito de las detonaciones. Huían los pájaros con medroso aleteo; trepaban por los agrietados muros verdosos lagartos, ocultándose entre las capas de hiedra; trotaban los gatos por las avenidas con un galope de terror.

Es de advertir que el lugar de donde partían las detonaciones, conocido con el nombre de "El Platanillo," servía de campamento á una partida rebelde, á la que, durante la tarde, había salido á batir el capitán Cossío, quien al salir de La Maya, dejó encomendada la defensa del poblado, al cabo Angulo, de la Guardia Rural, con seis números.

Y persistiendo en estos desvaríos de su imaginación, excitada por el estampido de las detonaciones, fingía un lance de honor. Su adversario le tocaba al primer tiro y él caía al suelo. Aún tenía la pistola en la mano; debía defenderse, debía contestar tendido en el suelo.

El senador se movió á impulsos de la sorpresa; su gesto parecía decir: «¿Y esto es todo?...» Los metros de tierra que tenían sobre ellos amortiguaron las detonaciones. El tiro de una pieza gruesa equivalía á un garrotazo en un colchón. Más impresionante resultaba el gemido del proyectil sonando á gran altura, pero desplazando el aire con tal violencia, que sus ondas llegaban hasta la ventana.