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Pero, Mercado, alto allá y no murmuremos, que, a fuer de agradecido, más hace el morisco con ser mensajero dadivoso que yo con callarle sus puntas y collares.

19 los collares, y los joyeles, y los brazaletes; 20 las escofietas, y los atavíos de las piernas, los partidores del pelo, los pomitos de olor, y los zarcillos; 21 los anillos, y los joyeles de las narices; 22 las ropas de remuda, los mantoncillos, los velos, y los alfileres; 23 los espejos, los pañizuelos, las gasas, y los tocados.

El señor Carraspique daba pataditas en el suelo. ¡Estos liberales! murmuraba cerca del Magistral. ¡Qué Restauración ni qué niño muerto! Son los mismos perros con distintos collares.... El Estado se burla de la Iglesia, señor, eso es evidente, no hay concordato que valga; todo se promete, y no se hace nada....

Durante las horas apacibles, las mujeres se alternaban contándole, como a un niño, historias resplandecientes, comparables a collares de pedrería y que hacían soñar en países lejanos y venturosos. Las palabras de adiós del musulmán, al dejar, una tarde de septiembre, la casa misteriosa, quedaron grabadas en su recuerdo. El sol se ocultaba.

Luisita, con tener un marido que, si no hace buenas acciones yéndose al Jockey todas las noches, hace grandes acciones regalándote collares como éste. Es posible que ambas acciones sean malas; pero esto pertenece al dominio de los economistas, donde no quiero meterme.

¡No morirás...! No temas que extrañas manos roben tus collares de gemas y maten de un hachazo tu árbol tradicional: los que guardan su libro de gestas legendarias y tienen por reductos las selvas milenarias, clarinearán mañana una marcha triunfal...

Trajes de gala que datan de un matrimonio remoto; medias blancas con zapatos negros; collares de nodriza entre joyas valiosas... Son las compañeras de los germanos esparcidos por América; valerosas señoras que después de un viaje por Europa vuelven a fregar los platos de la estancia o de la tienda. Unas se quedan en el almacén de Buenos Aires.

Hombres secos y taciturnos, de afeitada boca monástica y aludo sombrero, contemplaban el desfile de los señores, apoyados en sus varas de respeto o en el cogote de los borricos. Las mujeres hablaban alegremente. Las más acaudaladas traían mandiles de relumbrón, y casi todas, collares de coral, pendientes mudéjares y plateadas cruces y medallas que semejaban ex-votos de camarín.

Necesita hablar con la hija del jardinero, una mocosa que él ha visto andar á gatas, pero que ya tiene diez y seis años y no ofrece mal aspecto. Trabaja en una sombrerería de Monte-Carlo, y sigue las modas lo mismo que una señorita. El coronel cuida de la renovación de sus zapatos de altos tacones, de sus faldas cortas, de sus boinas y sombreritos, de sus collares de falso ámbar.

El entendía un poco de esto; ¡había regalado tantos collares!... Luego, Alicia le mostró las manos. Dos sortijas de factura artística, pero sin una piedra, de escaso valor intrínseco, eran lo único que adornaba sus dedos.