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Ella había oído decir y hasta había leído en obras recientes que tratan de Teosofía, que hayen la India ciertos sabios llamados mahatmas, que a fuerza de introinspección y de asiduo examen en las honduras del propio ser, adquieren poder estupendo y descubren raros secretos de la naturaleza, por cuya virtud realizan acciones que tienen apariencia de milagrosas, aunque no lo sean. ¿No sería quizás el autor de las tres poesías alguno de esos hábiles mahatmas que había adivinado a Poldy, que la había entrevisto mentalmente, que se había prendado de ella y •que para comunicarle sus impresiones y enviarle sus versos sin infundirle mucho asombro, se había valido del medio naturalísimo del pájaro zancudo, cuya condición propia le lleva, sin nada de brujerías ni de otras malas artes, a pasar el verano en Austria y el invierno en la India?

Había allí tal abundancia de ranas, lagartos, sapos, escuerzos y otras sabandijas, que era la tierra de promisión para aquel pájaro zancudo, el cual, por su gran tamaño y por la extraordinaria longitud de sus alas, cubiertas en los extremos de lustrosas y negras plumas, dejaba conocer que era del género masculino. Lo que Poldy no acertaba a determinar era si el pájaro estaba casado o soltero.

Almorzó con muy buen apetito, y luego, mientras que la Condesa viuda dormía después del almuerzo, como tenía de costumbre, se fue a la biblioteca con su hermano Enrique, le contó su encuentro con el pájaro zancudo, le enseñó la tela de seda y le rogó que tradujese lo que en ella había escrito.

No creía ella que el pájaro zancudo que se le había aparecido tuviese la menor semejanza ni con el cisne de Leda ni con el toro blanco de la gallarda hija de Agenor; pero ¿no podría la cigüeña ser instrumento de algún gran sabio; acaso de un genio o de una hada, cuyas poderosas sugestiones hubiese obedecido al venir a visitarla? ¿Quién se atreverá a limitar la extensión de lo posible?

Si cualquier pelafustán compatriota de Poldy podía poseer su imagen, ¿qué atrevimiento ni qué falta de decoro habría en enviársela por medio del pájaro zancudo al poeta incógnito, que no podía menos de ser príncipe, nababo, brahaman o chatria, allá en la tierra de Rama y de Sita, de Nal y de Damayanti?

Impulsada por su impaciencia, echó las manos al cuello del pájaro zancudo, y empezó a buscar el cordón o la cinta de donde pendiese la respuesta que a su carta esperaba. ¡Qué cruel aflicción tuvo entonces! No hallaba carta pendiente. No hallaba cinta ni cordón de que pendiera. A punto estuvo Poldy de llorar de rabia.