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Estaba tan horroroso, que su primo Miguel, compadeciéndole muy de veras, sintió unos deseos atroces de reír; los cuales, como es natural, trató de contener por cuantos medios estuvieron a su alcance, mordiéndose los labios, mirando hacia otro sitio, etc., etc.

Además, pasó muchas horas de suplicio, apoyándose en la cabeza y los talones, hecha un arco, sobre la cama, con el cuerpo dilatado por los más atroces sufrimientos. El tétanos. ¡Morir así una gran dama tan hermosa, tan elegante!... Pero en medio de tales suplicios tuvo serenidad para dictar sus disposiciones testamentarias.

A fuerza de paciencia y de dulzura conseguí que fuese amable con su hermana, y aunque de tiempo en tiempo renovaba su odiosidad, en algo mejoré las atroces tendencias del niño. Mucho me agradeció la señorita mi empeño en dulcificar el carácter de su hermanito, y esta gratitud hizo que cada día fuese Gabriela más y más obsequiosa con su amigo.

Muchas i mui graves i justisimas censuras han caido sobre este rei, por tan atroces é inhumanos hechos.

Velázquez se quedó un instante á la puerta con su amante y al cabo también se despidió de ella hasta el día siguiente. Estaba cansado y tenía ganas atroces de dormir. Esto dijo, al menos, al separarse: la verdad era que deseaba acudir á la graciosa cita de su antigua novia. Cuando quedó solo se fué paso entre paso á la tienda de Crisanto á esperar la hora.

Yo llevaba cuerpo alto y falda de media cola.... En fin, ya lo verá usted en los papeles, que lo relatan sin quitar un pelo. »Pues desearé que me diga usted lo que se cuenta por ahí de nosotros con estos triunfos tan atroces. »Julieta no escribe, porque está durmiendo.

Ello es que a poco de llegar Antonio y Polidura a la casa de Doña Francisca, entró Frasquito muy alborotado, el rostro encendido, brillantes los ojos, y con gran sorpresa y consternación de las señoras, empezó a soltar de su boca, un poco torcida, atroces disparates.

Pueblos y reyes, todos deliraban por obtenerlo. Ya no era posible equilibrar los gastos con los ingresos. Moneda falsa ó de baja ley, crueles pleitos y guerras atroces, todo se ensayaba, mas el oro no venía. Los alquimistas prometían hacerlo, pronto, muy pronto, pero era preciso esperar.

De pronto, el paraíso que llevaba en la cabeza se hizo humo. Recibimos la noticia, no cómo, de la prisión da Von Kramer y de que habías sido su delator. La doctora me increpó, haciéndome responsable de todo. Por te había conocido, y esto fué bastante para que me incluyese en su indignación. Todos los nuestros hablaron de tu muerte, deseándotela con los más atroces martirios.

Sus pecados no debían de ser muchos, pues era muy joven; pero fueran como se quiera, la chica parecía dispuesta a no dejar en su alma ni rastro de ellos, según la vida de perros que llevaba, las atroces penitencias que hacía y el frenesí con que se consagraba a las tareas de piedad.