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Hacía muchos años, muchos en los tiempos que el tío Tomba, un anciano casi ciego que guardaba el pobre rebaño de un carnicero de Alboraya, iba por el mundo, en la partida del Fraile, disparando trabucazos contra los franceses , estas tierras fueron de los religiosos de San Miguel de los Reyes, unos buenos señores, gordos, lustrosos, dicharacheros, que no mostraban gran prisa en el cobro de los arrendamientos, dándose por satisfechos con que por la tarde, al pasar por la barraca, les recibiera la abuela, que era entonces una real moza, obsequiándolos con hondas jícaras de chocolate y las primicias de los frutales.

Y aun alguna se atrevió á insinuárselo sonriendo maliciosamente. Vamos, querida, confiesa que le has dado jicarazo... Pero la tabernera se había puesto tan encrespada al oirlo, que no se tocó más el asunto en su presencia. ¡Qué jícaras ni qué cuernos! ¿Soy yo quizá una bruja como usted? Todavía no he llegado á necesitar polvos para atraer á los hombres... ¿sabe usted?

Se deja donde no se mueva nada, y se sirve con azúcar fina. ARROZ CON LECHE. Se pone a calentar un litro de leche con doscientos gramos de azúcar, canela y corteza de limón. Cuando empieza a hervir se echan cinco jícaras de arroz bien lavado, a fuego lento, y moviéndolo con frecuencia se deja cocer; para servirlo se espolvorea con canela molida.

FÓRMULA TERCERA. Después de limpias las perdices se ponen en una olla y se echa dos jícaras de aceite, una de vino blanco, una cucharada de vinagre, cuatro jícaras de agua, una cabeza de ajo, una cebolla a ruedas, dos granos de clavillo y cuatro de pimienta, una hoja de laurel, una ramita de perejil y sal. Se pone un papel de estraza debajo de la cazuela con agua.

La salsa picante de los franceses significa una cosa algo peor que el soñado puñal de la soñada Manola de Madrid; algo peor que la soñada mata y el soñado facineroso, de que nos habla el brillante y reluciente Alejandro Dumas; algo peor que las soñadas jícaras como dedales, en que toman el chocolate los españoles; peor tambien que la soñada señorita española, que como dice el mismo novelista, exclamaba cándida y apasionadamente: ¡mi amado toro!

Pero, si no tenemos tiempo, ¿cómo hemos de pararnos a jugar, nosotros, niños de América, si todavía hay tanto que ver, si no hemos visto todos los pabellones de nuestras tierras americanas? ¿Y esta casa de madera tan franca y tan amiga, que convida a la gente a entrar a ver todo lo que da la tierra volcánica de su país, uva y café, enredaderas y tigres, cocos y pájaros, y los lleva a su colgadizo con cortinas, a tomar en jícaras labradas su chocolate de espuma?: es el de Guatemala ese pabellón generoso.

CADERA DE TORO. Se toma un trozo de un kilo, y en una vasija de barro se pone, con una cabeza de ajos, una cebolla grande, tres clavillos, seis granos de pimienta, una hoja de laurel, dos jícaras de aceite, dos de vino blanco, cuatro de agua y una cucharada de vinagre. Tiene que hervir de tres a cuatro horas. Al tiempo de servirlo se pasa la salsa y se espesa con una pastilla de chocolate molido.

Es menester que lo sepas... Clarita me tiene embobado. Por ella, no más que por ella, aguanto á su madre. Lo que yo quería, como un bribón de siete suelas, es que se quedase por aquí... para ir á verla y para que ella me agasajase, como me agasaja ahora, cuando voy á casa de su madre, sirviéndome, con sus blancas y preciosas manos, jícaras de chocolate y tacillas de almíbar.

Había que resignarse y no hacer un desaire a los señores de la casa. Y a los pocos minutos ya estaban amigablemente en torno de la mesa, con el mantel cubierto de migajas de bizcocho, las jícaras de chocolate vacías y clavando barquillos en las entrañas de los sorbetes.

Cuando están asadas se ponen en una olla y se les echa para cada par de perdices dos jícaras de aceite, dos de vinagre, un vaso de agua, seis dientes de ajo, seis granos de clavillo, diez de pimienta, tres hojas de laurel y la sal necesaria.