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¡Juan...! ¡Cállate por Dios...! ¡Me matas...! Doña Manuela gritó horrorizada, cubriéndose el rostro con las manos. La sospecha que tanto la molestaba reaparecía en boca de su hermano. Y tan grande era su turbación, que hasta le pareció más ruidoso aquel estertor de agonía, como si el moribundo contestase afirmativamente con su fatigoso ronquido.

Al fin cesó en su cháchara, porque le rendía el sueño, ayudado por el ron. A fin de no aletargarse del todo en la comodidad del lecho, tendióse en el banco del comedor, poniendo por almohada una cesta. El señorito, cruzando sobre la mesa ambos brazos, había dejado caer la frente sobre ellos y un silbido ahogado, preludio de ronquido, anunciaba que también le salteaba la gana de dormir.

Pues bien: podéis ahorcarme y descuartizarme ya, sin seguir moliéndome, porque mi mujer, ¡y vaya si la conozco!, antes que entregar los dineros entregará mi vida y la de todos sus parientes, aunque nos quiera y nos llore después a moco tendido. Oye: ¿has visto la tragedia de Guzmán el Bueno? El enmascarado no dijo que ni que no; se limitó a dar otro ronquido.

Una vez en el coche me puse a imitar a la Barrientos, chacoteando un poco con mi marido. El tercer gorgorito fué un ronquido de agonía. Y llegue a casa arrecida, tiritando. Total: veinte días de cama. Se encargó de mi asistencia el doctor Gómez Pulido. Ya le conoces. Es un médico de gran talento social y mundano. Y como el talento da para todo, supongo que ha de tenerlo también para la ciencia.

A veces, a despecho de tanto dolor, la naturaleza infantil revindicaba sus derechos. Veía al gato acercarse lentamente a ella con el rabo derecho, el espinazo arqueado, solicitando sus caricias con débil ronquido.

Un leve ronquido empezó a salir de la garganta de la enferma, que exhalaba más que profería las anteriores palabras: era un ronquido seco y agudo que se fue señalando cada vez más.

El mar rasgaba la obscuridad con un ronquido plácido, cuya ondulación iba rompiéndose en todos los salientes y recovecos de la costa.

Con frecuencia también se hallaban durmiendo; pero de vez en cuando se les veía departir unos con otros en una voz que participaba del habla y del ronquido, y con aquella carencia de energía peculiar á los internos de un asilo de pobres y á todos los que dependen de la caridad pública para su subsistencia, ó de un trabajo en que reina el monopolio, ó de cualquiera otra ocupación que no sea un trabajo personal é independiente.

¡Antonio!... ¡Antonio! Se inclinaban sobre él para hablarle al oído, como si durmiese; pero Antonio no escuchaba. Uno de sus ojos permanecía oculto en la tierra del paseo; una piedrecita había saltado sobre los párpados del otro. Todo un lado de su uniforme estaba blanco de polvo. El feroz ronquido era lo único que respondía á los cariñosos llamamientos.

Y los dos, fuertemente abrazados, volvían a reír, estremeciéndose sus carnes desnudas bajo la manta, rozándose con el temblor del regocijo sofocado. Sonó largo rato un murmullo en la vecina habitación. El señor Vicente rezaba sus oraciones. Luego, un ronquido fatigoso cortó el silencio. Los amantes no durmieron. Reían de este roncar grotesco interrumpido por largos suspiros.