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No le hablaba ni le daba un céntimo para sus gastos, limitándose a consentir que durmiese bajo su techo y comiese la ración. Al cabo de algunos meses los zapatos se habían despellejado y la ropa daba lástima verla. Pero todo lo suplía muy bien el letrado con el empaque y gravedad de la fisonomía y lo airoso de su porte.

Le hablaba siempre en tono protector o despreciativo, apenas contestaba a su saludo cuando le daba los buenos días por la mañana y se reía en presencia de doña Mónica y la criada de sus luengas barbas. Aquí estaba el toque probablemente de su furiosa antipatía. Las barbas de Barragán crispaban al tirano y más de una vez había amenazado con ir a cortárselas por la noche mientras durmiese.

Comprendía esta actitud; lo mismo haría él en su situación. Pero esto no era obstáculo para que Pep durmiese menos por la noche, y si oía gritos o tiros cerca de la torre saliese al campo con su vieja escopeta.

Pero don Mariano temía concederle este permiso porque los cuartos de la torre eran fríos y la salud de la niña delicada. Al fin, rendido por sus ruegos y halagos, consintió en ello, después de haber tapizado las habitaciones esmeradamente y con la condición de que Genoveva durmiese cerca de ella. Fue una época feliz para María. Tenía entonces dieciséis años, y el pensamiento inquieto y atrevido.

Y, puesto caso que durmiese y no despertase, en vano sería mi canto si duerme y no despierta para oírle este nuevo Eneas, que ha llegado a mis regiones para dejarme escarnida.

Cuando volvió la cabeza, la marquesa había ya desaparecido. Al recobrar el conocimiento y después de haberle prodigado los cuidados necesarios se hizo venir al médico. Este, teniendo en cuenta el estado de la madre y el tiempo que ya contaba el niño, ordenó que se le destetase. Se dispuso, pues, que durmiese en un cuarto separado con la niñera. Clara pasó el resto de la tarde llorando.

En cierta ocasión se empeñó en que le dijese que le quería más que á Dios; en otra se le antojó que durmiese con guantes para conservar bellas y tersas las manos. Todos estos caprichos y otros infinitos más de nuestro héroe acogíalos la niña con marcado disgusto y resistiéndose. No acertaba á comprenderlos.

Había dejado a un lado el cigarrillo de azules espirales, y con una media voz que acentuaba las palabras, dándolas temblores apasionados, cantaba acompañándose de las melodías del piano. El torero avanzó los oídos para entender algo... Ni una palabra. Eran canciones extranjeras. «¡Mardita sea! ¿Por qué no un tango o una soleá?... Y aún querrían que un cristiano no se durmiese

19 Y [ella] hizo que él se durmiese sobre sus rodillas; y llamado [un] hombre, le rapó [las] siete guedejas de su cabeza, y comenzó a afligirlo, y su fuerza se apartó de él. 20 Y ella le dijo: ¡Sansón, los filisteos sobre ti! Y él, cuando se despertó de su sueño, dijo [entre ]: Esta vez saldré como las otras, y me escaparé; no sabiendo que el SE

Ya bastante crecido, todavía iba ella a acostarle por las noches, rezando con él un sinfín de oraciones inocentes, y esperando sentada, con los brazos cruzados, a que se durmiese, para salir de la alcoba sobre la punta de los pies. Al llegar a la pubertad no tuvo más remedio que pensar en la carrera de su hijo, porque el difunto marqués dejó prevenido que la siguiese.